Contra de sexta

Nómadas eternos

Rosa María Garzón Íñigo

Agrupados en tribus encaminaban sus pasos con un único fin: sobrevivir. La estación del año para alimentarse gobernaba su destino. Necesitaban poco o casi nada pero sabían que permanecer unidos les procuraba la fuerza necesaria para seguir avanzando en su viaje, en sus vidas.

Y en su lento caminar fueron evolucionando, o eso se cree, pues ¿quién puede afirmar con absoluta rotundidad que hoy estamos mejor que ayer? En este ganar y perder, no todo lo que se gana es mejor de lo que se pierde y al revés, cuando todo es dual. El caso es que seguimos sus pasos.

Tartesios, fenicios, griegos, romanos, cartagineses, godos, árabes y cristianos (entre otros) recorrieron la península por el mismo milenario camino y, tras ellos y nosotros, vendrán otros. Y cada quien dejará, a su modo, una huella imborrable, adherida a la tierra con cada vereda trazada y pisada dada. Pues, para mal o para bien, seguir avanzando es lo único que podemos hacer, conscientes de que todo viaje empieza, continúa y terminan en el mismo sitio: nosotros mismos. Por esto regresamos donde fuimos una y otra vez, para poder volver a ser, renovados y, ojalá, mejores que ayer.

Esos vestigios de nuestros antepasados nos ofrecen hoy la posibilidad de descubrir y sentir en cada senda dibujada, lo que ellos (o hasta nosotros en vidas anteriores) descubrieron y sintieron a través de sus sentidos. Espectaculares paisajes que abarcan desde el cielo hasta el suelo, en el azul que enmarca el organizado vuelo de una bandada de imponentes grullas o una majestuosa águila solitaria, acompañadas de sus inconfundibles graznidos; sorprendernos, al percibir el movimiento de numerosos galápagos sumergiéndose rápidamente, en las calmadas aguas de una charca, por nuestra presencia; la pose de una esbelta garza sobre el agua o una cigüeña que te acerca el recuerdo de alguien lejano. Sin duda, son visiones reales actuales que, tal vez ellos disfrutaran con otros significados, pero seguro que con parejos sentimientos.

Ahora tendremos la ocasión de continuar haciéndolo durante más tiempo y distancia ya que la retrasada apertura de la vía verde placentina es un hecho, dado que es una de las más largas de España. Caminando, en bici o caballo peregrinaremos por este trayecto, menos agreste y salvaje que antaño, aprovechando el antiguo trazado ferroviario para fundirnos con la naturaleza e historia, con la oportunidad de seguir haciéndola y transmitirla a las nuevas generaciones, de modo que su imaginación sea capaz de visualizar a un viajero del pasado mirando por la ventana de un tren con destino a Astorga o el polvo levantado por los pies de un peregrino cansado, mientras compartimos el camino, los túneles, las montañas o los valles.

¡A disfrutarla y cuidarla!