CONTRA DE SEXTA
Censura
Rosa María Garzón Íñigo
Seguimos, en pleno siglo XXI, censurados en multitud de ámbitos vitales para poder estar y, sobre todo, ser, en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir.
Más aún cuando las mentalidades de algunos parecieran cerrarse e involucionar, en lugar de abrirse y evolucionar. Ni siquiera retrogradar, como los planetas, cuando su posición y velocidad orbital rotacional nos afecta, de manera que el universo nos invita a parar y reflexionar sobre nuestras situación y decisiones, tanto personales como interpersonales. Al fin y al cabo, somos pura energía interconectada como afirma el proverbio chino que asegura que: el aleteo de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo.
Así, los hechos diarios hablan por sí solos, confirmando que cualquier radicalismo es contraproducente y, en demasiadas ocasiones, hasta peligroso.
Feminicidios y violencia contra las mujeres son el pan nuestro de cada día y da miedo asomarse a los medios de comunicación y ser conscientes de la falta de humanidad y libertad que nos rodea.
Desde las manipulaciones en torno al dichoso beso; pasando por el malcriado vecino treintañero de turno, que continúa ejerciendo con su pareja el negligente patrón patriarcal aprendido y aprehendido en casa, que se niega a abandonar; hasta el reciente caso de desprogramación de la representación de una obra de teatro contratada, por parte de la renovada corporación municipal que gobierna desde una institución pública como es un ayuntamiento, sin más argumentos que “no considerarla adecuada”, cuyo advertido y explícito contenido violento no hace más que visualizar el cruel maltrato machista de una forma lo más cercana posible a la realidad y, por lo tanto, no apta para todos los públicos, pero sí muy recomendable, por las necesarias reivindicación social y visibilidad de esta sucia lacra que sigue asesinando víctimas casi diariamente, negando la oportunidad de verla a todo el pueblo, incluidos quienes sí quisieran hacerlo. Este el riesgo que asume quien se atreve a llamar a las cosas por su nombre y osa herir sensibilidades ineptas para aceptar la verdad.
Todo ello supone un inadmisible e intolerable paso atrás ante lo que nuestras aguerridas antepasadas consiguieron y que no podemos permitirnos perder. Y aunque soy consciente de que es muy difícil, que sobre el papel todo parece viable y de puertas para adentro nadie conoce lo que se cuece en cada hogar ni calza los zapatos de otros, también sé que cualquier pequeño gesto, por insignificante que parezca puede ser la semilla del constructivo y gran cambio que necesitamos y que tratar de ocultar es sólo otra forma más de mentir y negar la auténtica realidad.
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