Contra de sexta

Vecinos, para bien y para mal

Rosa María Garzón Íñigo

Dicen que el roce hace el cariño. A veces, otras, todo lo contrario.

Guardar el máximo respeto a cualquiera ha sido máxima en casa y, si de los vecinos se trataba, aún más. Intentar llevarse bien, en la medida de lo posible, en sano equilibrio entre dar y tomar, con la tranquilidad de saber que ambas partes pueden contar una con otra, pero sin meterse donde no nos llaman, a la debida distancia de cada uno en su casa y Dios en la de todos, puede ser el truco. Porque, como decía mi madre: si pasa algo son los primeros en acudir.

Las cosas cambian si se trata de un pueblo, donde todos nos conocemos o de una ciudad, donde, demasiadas veces, no tienes ni idea de quién es el vecino de la puerta de al lado, si es tímido y por eso le cuesta saludar, mucho menos, presentarse y darte la bienvenida u ofrecerte su casa.

Como toda relación, depende de ambas partes. Pues por más que una de ellas intente acercarse, nada lo procurará si no es recíproco.

Tan diferentes como personas existen, buenos y malos, su presencia puede hacerte la vida más fácil o más difícil de lo que ya es y sin comerlo ni beberlo. Así, es posible: recoger un paquete; compartir un trozo de tarta por el cumpleaños; el riego de las plantas en vacaciones u otras cosas más importantes si la confianza lo permite, como cuidar de los niños; escucharse con atención y mutuamente las historias vitales personales o lo que se necesite.

Pero, también cabe el otro extremo humorísticamente (por no llorar) representado en parodias como la mítica serie televisiva Aquí no hay quien viva o, mucho antes, en la macroviñeta el 13, Rue del Percebe, de Francisco Ibáñez, con situaciones rocambolescas que, en demasiadas ocasiones, pueden ser superadas por la cruda realidad: la ausencia de saludo en el ascensor; el insoportable ruido de un taladro a la hora de la siesta; los ladridos del perro; la bronca con la pareja; la música para todos…

Fuera como fuere, la suerte está echada y nunca sabes quién te va a tocar, si una bellísima persona o el asocial de turno.

Y es que, quien tiene un buen vecino tiene un tesoro, por eso, recuerda primero serlo, pues nunca sabes lo que vas a necesitar.