Una cofradía se vive, se siente y se comparte. No un día, sino todo el año. Las hermandades cacereñas, que en la forma han conseguido los mayores méritos posibles hasta alcanzar el título de Interés Turístico Internacional, saben que en el fondo tienen esa asignatura pendiente y muchas la trabajan como principal objetivo. Alguna de ellas ya lo están consiguiendo, y la cofradía del Amparo volvió a dar ayer ejemplo. Los hermanos despertaron al alba para trabajar codo a codo durante la jornada y tener todo a punto para su salida al filo de la medianoche. Y así fue. Del mismo modo, los numerosos cofrades de los Ramos acompañaron ayer a su cautivo, el Cristo del Perdón, una bella imagen que lleva el recogimiento allá por donde pasa y que los cacereños aguardan en un silencio solo roto por las matracas.

Apenas salió el sol y los hermanos del Amparo ya estaban en los campos recogiendo flores naturales, porque la sencillez es la máxima de la hermandad, que adorna su paso exclusivamente con las plantas que regalan los campos cacereños. «Traemos escobas blancas y amarillas, flores de jara, lilas, jazmines...», explicó el mayordomo, Agustín Margallo. Un nutrido grupo de cofrades llegados incluso de otros destinos del país (Madrid, Barcelona, Galicia...) colaboraron para tener listos todos los elementos de la procesión, con especial mimo al Cristo del Amparo, un nazareno de 1671 traído a Cáceres por el escribano Durán de Figueroa. Procesiona con sencilla túnica de terciopelo obra de las monjas clarisas, sin bordados ni otro ornamento salvo un cíngulo franciscano, y al hombro su cruz.

PINTURAS RESTAURADAS / En esta cofradía todo sigue el mismo principio: cruces de penitentes de madera natural, cruz de procesión formada por dos leños, hermanos con rostros ocultos, voto de silencio que nadie rompe y un antiquísimo crucificado de la Vera Cruz (siglo XVI) que preside la procesión y que antaño acompañaba a los fallecidos. Pero anoche hubo una novedad significativa: la hermandad ha restaurado las obras pictóricas que ilustran las catorce tablas de las andas procesionales a modo de vía crucis, del autor Manuel Moreno, que permanecían ocultas en la cara interna y que ahora lucen hacia el exterior. También se han ampliado los varales.

«Nuestro objetivo es la humildad, la austeridad y el compromiso, nosotros realizamos una procesión que es además una estación de penitencia, y todo el mundo así lo asume», subrayó el mayordomo. En efecto. Al filo de las once de la noche, tras la promesa y juramento, al tercer golpe de esquila todos los hermanos se quedaron en silencio. Sólo se escuchó la voz del jefe de paso: ¡Arriba! Y en la oscuridad, con el público enmudecido, el Cristo del Amparo comenzó a cruzar la verja de su ermita en la Montaña para descender hacia San Marquino y Fuente Concejo, donde miles de personas aguardaban su paso.

Al cierre de esta edición, el cortejo continuaba su lento avance durante el que se iba dando lectura al Sermón de las Siete Palabras por parte de las cofradías hermanas (Vera Cuz, Soledad y Jesús Condenado), la Policía Local (el Amparo es su patrón) y la Asociación de la Virgen de Guadalupe del Vaquero. Luego llegaría el último tramo, ya de madrugada, el más sentido por los cofrades, adarve arriba, en diálogo íntimo con su nazareno.

SANTO Y SEÑA / A la salida del Amparo, la cofradía de los Ramos ya regresaba al templo de San Juan tras una estación de penitencia que se ha convertido en santo y seña de un Martes Santo recogido, callado y respetuoso al paso de Nuestro Padre Jesús del Perdón. Hereda el espíritu de sus orígenes, cuando esta procesión llegaba hasta el penal provincial hace medio siglo. La talla actual se incorporó hace más de veinte años y su historia es cuanto menos peculiar: datada en el siglo XVII (autor desconocido), procede de la parroquia de Granadilla, pueblo que tuvo que ser abandonado por la construcción del pantano de Gabriel y Galán. La talla quedó en custodia del Obispado en la década de los 60, pero José Manuel Martín-Cisneros, mayordomo de los Ramos durante largos años y posteriormente presidente de la Unión de Cofradías de Cáceres, descubrió su existencia y no paró hasta conseguir su traslado a San Juan.

Desde 1996, Jesús del Perdón procesiona con la hermandad. Lo hace como Cautivo, con las manos atadas delante del cuerpo, fruto de la recuperación a la que fue sometida la talla (en principio era un nazareno caído en tierra, de difícil restauración por la forma de su cuerpo). Cada Martes Santo accede a intramuros y recorre parte del casco viejo sobre las andas primitivas de la Esperanza de 1949, obra del ebanista cacereño Santiago Porras.

«Ya lleva 21 años procesionando, por eso le tengo un cariño especial a este paso y a La Burrina, con la que fui creciendo como muchos otros niños cacereños», confesó Martín-Cisneros, camarero de ambos pasos, que ayer ornamentó a Jesús del Perdón con palmas, claveles aspidistras y antirrnums rojos, además de las ofrendas florales realizadas por los ciudadanos, en bello contraste con la tez morena de la talla. Llevaba la túnica de terciopelo malva de excepcional calidad confeccionada por Francisco Franco Ortega, de Coria del Río, que ha realizado todos los bordados relevantes de la cofradía: estandarte, palio de la Esperanza...

Y es que los Ramos pone el buen hacer en la calle, la exquisitez de los detalles más cuidados, como los elementos de los reconocidos orfebres sevillanos Manuel Ramón Seco y Manuel de los Ríos, el libro de reglas, los atributos de la pasión y el paño de difuntos en recuerdo a los que se marcharon.

Las matracas fueron ayer el único acompañamiento del cortejo, que alteró su recorrido a partir de la calle Muñoz Chaves para seguir por la plaza de la Audiencia, Luis Grande Baudessón, plaza de las Canterías y Nidos hasta retomar la confluencia de Margallo. Este año no se ha liberado un preso por las dificultades de encontrar a un recluso que cumpla los requisitos, pero la hermandad lo seguirá solicitando cada Semana Santa, fiel a sus costumbres.