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GAMBAS REBAJADAS

TDtice el pintor Eduardo Arroyo que en España, los problemas se acaban en cuanto aparecen los camareros con las gambas rebozadas. Yo no soy pintor, pero ya conocía ese truco: en las noches de paseo invernal, cuando el reloj de la plaza da el Redoble de las ocho, la hora en que sube la fiebre, se mueren los agonizantes y se deprimen hasta las adolescentes de las carmelitas, le hago un quiebro a la tristeza al pasar por Pintores y me subo al bar Adarve a tomarme unos manojos de gambas. La otra tarde, por ejemplo, iba de rebajas buscando calcetines y ya empezaba a desesperarme porque sólo encontraba ofertas inútiles de pasminas, pamelas y pasamontañas cuando me encontré por donde engaño a la tristeza con un cartelón embaucador: "Gambas rebajadas: antes, 12 euros; ahora, 8".

Ni qué decir tiene que me regalé un homenaje, pero mientras sublimaba con marisco la vulgaridad doméstica de los calcetines, reparé en la lista de precios del Adarve. Con letra caligráfica y consuetudinaria, una pizarra decía que la tostada de tomate costaba 2 euros y la de jamón, sólo 1.80. El mundo se me vino encima: hemos llegado a tal desatino que el tomate es más caro que el jamón. Entre la maldita sequía y los malditos intermediarios están acabando con los placeres baratos. Recordé que mi multitendero no trae ya pimientos porque le piden cuatro euros por cada kilo y se asusta. Yo también me asusté y estuve a punto de recaer en un pozo depresivo lleno de calcetines, pero pedí otra de gambas rebajadas y oye, mano de santo.

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