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La gran cita de la juventud católica Encuentro multitudinario

Benedicto XVI reúne en Madrid a más de un millón de jóvenes

El Pontífice reivindicó el celibato en una ceremonia que mantuvo con 5.000 seminaristas de todo el mundo. Una fuerte tormenta obligó al Papa a interrumpir el discurso en el aeródromo de Cuatro Vientos

Benedicto XVI reúne en Madrid a más de un millón de jóvenes

Más de un millón de jóvenes, según las autoridades militares del aeródromo de Cuatro Vientos, llenaron anoche el recinto aeronáutico hasta las costuras para asistir a la vigilia de oración de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) previa a la misa de esta mañana, en el acto más multitudinario de los presididos por el Papa hasta ahora en Madrid. La policía tuvo que cerrar los accesos una hora antes de la llegada de Benedicto XVI y la organización anunció que, tras desbordarse la afluencia de visitantes, esta mañana se habilitará el estadio Vicente Calderón para poder seguir la eucaristía a través de pantallas gigantes. Al poco de iniciarse el acto, un temporal de lluvia y viento obligó a interrumpirlo durante unos minutos, después de que los congregados hubieran aguantado durante horas temperaturas de hasta 39 grados. La caída de carpas causó siete heridos, ninguno grave.

El mal tiempo obligó a Ratzinger a renunciar a la lectura de un discurso en el que invitaba a los jóvenes a entregarse a un matrimonio caracterizado por "la fidelidad e indisolubilidad" con fines reproductivos, como dispone la doctrina católica. De paso, les animaba a hacerse sacerdotes o religiosas. Antes de abandonar el recinto, al que regresará esta mañana, dio repetidas muestras de agradecimiento a los reunidos por los rigores e imprevistos climáticos que habían tenido que soportar.

Durante buena parte de la penúltima jornada de la estancia del pontífice en Madrid cientos de miles de peregrinos desafiaron las tórridas temperaturas en el secarral del aeródromo --de una superficie equivalente a 48 campos de fútbol--, que obligaron a los bomberos a refrescar reiteradamente a los presentes con mangueras. Para hacer más soportable el calor la organización colocó 2.000 grifos de agua potable, ante los que se formaron colas kilométricas. Los servicios de asistencia instalaron ocho hospitales de campaña que a las 10 de la noche habían atendido a cerca de un millar de personas, aquejadas en su mayoría de mareos y desvanecimientos.

Miles de peregrinos habían llegado de madrugada, incluso esperaron a la apertura de puertas. "Estamos dispuestos a hacer lo que sea necesario para estar con el Papa", decía la mexicana Inés Vargas, una de las peregrinas más madrugadoras. Otros anduvieron los 10 kilómetros que separan el centro de Madrid del aeródromo, por un camino mal señalizado, cruzando cinco puentes y sin apenas sombra. Como un grupo de 15 curas estadounidenses de Michigan, que realizaron el recorrido descalzos y con sotana.

"Jesús portó la cruz por nosotros y nosotros le tenemos que devolver el sacrificio", aducía uno de ellos, Alfred. "Llevamos colchonetas, comida, agua, de todo para pasar el día y la noche. Peor lo tienen en Africa", argumentaba Uta Hermann, guía de 60 alemanes, antes de tomar en Aluche uno de los autobuses lanzadera con destino a Cuatro Vientos. Cerca del imponente escenario desde el que Benedicto XVI presidió la ceremonia nocturna, los jóvenes cantaban a la espera de que cayera el día. Poco antes de que llegara el Papa se añadieron a ellos los príncipes de Asturias.

SECUELAS DE LA PEDERASTIA Previamente, en la homilía que había pronunciado por la mañana en la catedral madrileña de La Almudena, ante 5.000 seminaristas, habían aflorado las preocupaciones derivadas de la crisis de la pederastia. El pontífice alemán advirtió a los seminaristas que han de estar "firmemente persuadidos" de que Dios les llama "a ser sus ministros y decididos a ejercer su labor obedeciendo a las disposiciones de la Iglesia".Entre los requisitos exigibles se refirió al celibato, con ánimo de volver a subrayar que es una condición innegociable, eximida de toda responsabilidad en la lacra de los abusos, pese a las voces en el seno de la Iglesia que abogan por su revisión.

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