Viajar es la única razón por la que merece la pena hacer una maleta. Ese cosquilleo previo es tan emocionante que no hay quien duerma la noche antes. Aterrizar en un nuevo destino, uno que hasta el momento solo has podido imaginar en tu cabeza -o en las fotos de otros- compensa las quince horas en un bus o las esperas en el aeropuerto. Siempre que no cancelen tu vuelo. Cada viaje abre los ojos y la mente. Y en todos acompaña esa sensación de hormigueo excitante porque ningún lugar es igual a otro. Cada uno tiene su propia personalidad, una que ha diseñado por sí mismo. Sus gentes cambian, van y vienen, mientras los lugares se quedan. Son sus calles, sus rincones y sus fachadas los que cuentan la historia. Para bien o para mal, esos rincones que luego se recuerdan en los álbumes no salen de la nada. Tienen nombres y apellidos detrás. Nombres y apellidos como el de Marina Fernández Ramos (Plasencia, 1980).

Ella se encarga de dar razones para viajar. Viste las ciudades. Les da forma y sentido. Y lo hace de una forma muy particular. Es arquitecta de título pero siempre ha ido un paso más allá. Aprovecha lo que ya está creado, lo que ya existe y le da la vuelta. Hace años envolvió su pueblo en la Vera en parasoles de colores y ahora ha extendido la idea y pretende devolver rincones y motivos a esa España vacía, aquella que, cada vez más despoblada, encuentra pocas razones para no despoblarse aún más. A la cacereña le interesa construir pero de otra manera. Busca crear otro planeta, uno que tenga futuro, así que en sus trabajos usa materiales reciclados y sostenibles Lo hace con miras y respeto a lo rural, a la tierra, la suya, la extremeña. Ayuda a tejer las redes para que los que se han ido quieran regresar aunque sea a echar un vistazo y los que se quieren ir no lo hagan. Si las calles ya son únicas de por sí ella las convierte en más genuinas aún con lo que ella denomina «intervenciones».

En su carné figura que nació en Plasencia porque en Valverde de la Vera no hay hospital pero se crió en el pueblo del norte extremeño, el lugar que habían elegido su madre y su padre, ambos maestros, para crecer. «Ahí he vivido siempre». Ahí lo hizo hasta que se marchó a Madrid. Las inquietudes artísticas le habían cautivado así que tanteó y se decantó por la arquitectura. «Me gustaba mucho dibujar y podía ser una formación que combinaba la parte técnica y artística, en el plan que yo estudié era muy genérica». Aún así no quiso quedarse en los planos y en las medidas así que estudió diseño de objetos en lo que antes era la escuela de artes y oficios. A partir de ahí se dedicó a experimentar con los materiales y los entornos urbanos. «A ver cómo lo explico».

Para empezar toma como ejemplo Nueva York, ahí el ayuntamiento destina un parte del presupuesto a elaborar obras artísticas y colaborativas, o Madrid, que también tiene una iniciativa que pone en contacto a artistas y vecinos. En ese germen nació su primer proyecto, Tejiendo la calle. «Estaba haciendo una reforma en el Jerte de la casa de mis abuelos, mi abuela bordaba fenomenal y quise introducir elementos tejidos en los acabados de la casa». Más tarde le propusieron hacer algo similar en su pueblo y coordinó un taller para que los vecinos tejieran parasoles gigantes con plásticos reciclados y cumplir así con dos funciones: dar sombra y colorido a la localidad. Ese verano, el de 2013, todo el mundo habló del pueblo de los famosos parasoles. «Este último año hemos trabajado con los picaos, una técnica del traje tradicional de la Vera para rescatar este tipo de artesanía que está en desuso». Supertrama nació más tarde, cuenta con el apoyo de la administración, y también está destinada a municipios pequeños, con menos de 5.000 habitantes. Tiene el mismo propósito: dar vida a los pueblos. Recuerda una intervención de piezas de barro hechas por artesanos, una instalación con espejos, casas para pájaros en Vivares o una pequeña casita junto a la judería de Hervás. «Tratamos de aportar algo diferente, trabajar con la ecología, la experimentación artística y la arquitectura para generar un debate y cambios». Otro de sus nuevos proyectos, ya con su estudio, es construir una biblioteca nómada para viajar con libros. «Una agencia de viajes literarios», lo llama. Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. El caso es seguir viajando.