La inmunóloga española Carola García de Vinuesa lucha por desmontar la teoría que en 2003 llevó a la cárcel a una mujer australiana, Kathleen Folbigg, condenada por el asesinato de sus cuatro hijos y demonizada por la opinión pública. La gaditana entró en escena en 2018 e inició una investigación genética que demuestra que no hubo crímenes sino muertes naturales.

Sus estudios genéticos demuestran la inocencia de Kathleen Folbigg…

Encontramos una mutación tanto en Kathleen como en sus dos hijas que explica la muerte de las niñas. Ocurre en una proteína que se llama calmodulina. Hemos demostrado, junto a un grupo de expertos de cuatro países, que esta mutación causa arritmia cardiaca severa comparable a otras mutaciones en calmodulina que han causado muerte súbita inesperada en niños. Gracias a estos estudios se ha clasificado como patogénica, lo que significa en términos genéticos que tiene más del 99% de probabilidad de ser la causa de la muerte súbita de las niñas. Es decir, no fueron asesinadas sino que murieron por una arritmia cardiaca.

Vamos con la secuencia de los hechos. En 1989 Kathleen se casa con Craig Folbigg y tienen un primer hijo, Caleb, que muere a los 19 días…

Caleb tuvo un parto traumático y nació una laringomalacia, una laringe flácida, que causa una obstrucción parcial en las vías respiratorias. Los informes del hospital reflejan que el bebé tenía dificultad para comer y respirar a la vez. A los 19 días murió mientras dormía, y su fallecimiento se clasificó como síndrome de muerte súbita del lactante.

Luego viene un segundo hijo, Patrick.

Patrick, a los cuatro meses de edad, sufre un ALTE, un episodio agudo potencialmente letal. El niño se puso azul, dejó de respirar, y fue hospitalizado. Poco después desarrolló una epilepsia severa acompañada de ceguera. Los médicos sospecharon que tenía una encefalopatía epiléptica y murió con ocho meses de edad durante un ataque epiléptico. En su certificado de muerte no había nada sospechoso.

Luego nace Sarah en 1992…

Era una niña saludable que a los 10 meses desarrolló una infección respiratoria acompañada de fiebre, y murió también mientras dormía. En el certificado médico aparecía también muerte súbita del lactante, que es un síndrome del que cada vez tenemos más claro que tiene una base genética frecuentemente relacionada con arritmias cardiovasculares.

Y, más tarde, se les murió una cuarta hija.

Laura, sí. Cuenta una amiga de Kathleen, que la cuidaba, que hubo un episodio aislado en que la niña parecía haber perdido el conocimiento y dejado de respirar, pero en general estuvo bien hasta los 18 meses, que murió. Había tenido fiebre unos días antes y cuando le hicieron la autopsia vieron una miocarditis, que es una infección del corazón bastante severa y suficiente para haber constado como causa de muerte. Pero al forense le dijeron que había habido tres muertes previas y aludió a una “causa indeterminada”. Esto es importante porque Laura es la niña que también tenía base genética, y las infecciones y la fiebre son causa de arritmias cardiacas, como también lo es la miocarditis. Hoy existen pocas dudas de que su muerte también fue natural.

Kathleen Folbigg, junto a Laura, su cuarta hija, fallecida en 1999. Archivo

El matrimonio se separa y Craig descubre un día, en un diario personal de Kathleen, que había escrito que Sarah se había ido “con un poco de ayuda”. Fue con ello a la policía…

La policía ya había entrevistado antes a Craig en profundidad y había insistido muchas veces en la inocencia de Kathleen. Es un diario que ella nunca había escondido y que en el juicio se utilizó erróneamente como prueba. Nunca se entregaron en el juzgado los diarios, solo se facilitaron frases sueltas fuera de contexto que eran fáciles de malinterpretar. Es más, el juez que revisó el juicio en 2019 dijo que no quería ayuda de ningún experto para analizar los diarios, que le bastaba su propio criterio. Después de que este juez rechazara los hallazgos genéticos y volviera a declarar la culpa de Folbigg en julio de 2019 sobre la base de los diarios, los abogados de Kathleen pidieron a siete de los mejores expertos del mundo en psiquiatría y psicología forense, y lingüística, que analizaran los diarios de Kathleen. Todos coincidieron en que no hay nada inculpatorio. Los diarios simplemente reflejan que se siente estresada, responsable y deprimida, como es de esperar de una mujer a la que se le van muriendo sus cuatro hijos y que, de hecho, era muy buena madre.

En aquellos años tuvo influencia la teoría del británico Roy Meadow, que defendía que “una muerte súbita es una tragedia; dos resulta sospechoso, y tres es asesinato”.

Meadow se basaba en una estadística que se ha demostrado absolutamente errónea. No tiene base científica. En 2003, cuando tuvo lugar el juicio, existían ya varias publicaciones que describían casos de muertes súbitas múltiples en una misma familia donde todas eran naturales. De hecho, por esta razón, el Consejo Médico británico excluyó a Meadow durante años de la práctica médica, pero ya había hecho daño a muchas mujeres. 

En 2003 hubo un juicio rápido que llevó a Kathleen en la cárcel. Se convirtió entonces en el gran demonio para la opinión pública australiana…

Y hasta hoy se cree que es la peor asesina en serie en la historia de Australia. La llamaron bruja, la demonizaron y, salvo un grupo de amigas que siempre ha defendido su inocencia, todos renegaron de ella.

Hay películas como Cadena Perpetua o Mystic River, basadas en novelas, que retratan historias de personas que han sido injustamente acusadas de asesinato, y hay historias reales como la de Dolores Vázquez en España, que fue a la cárcel por la muerte de Rocío Wanninkhof, cuando luego se demostró que ella no la había matado… ¡es para perder el juicio!

¡Justo! Y en Australia tenemos otro caso igual, el de Lindy Chamberlain, que pasó cinco años en la cárcel y luego se demostró que ella no había matado a su bebé. Es curioso además que siempre se tienda a examinar y demonizar a la madre, no al padre.

¡Nunca esta mujer debería haber entrado en la cárcel!

Detrás de todo su esfuerzo y coraje, hay un deseo fortísimo de justicia.

Totalmente. Tengo muy poca tolerancia hacia la injusticia y, sobre todo, hacia la injusticia que perjudica a las mujeres. Luego, soy médico y lo que veo es cuatro niños enfermos, que fallecen de muerte natural. Y te preguntas: ¿cómo ha podido pasar esto? ¡es tan sorprendente lo que pasó en ese primer juicio! ¡Nunca esta mujer debería haber entrado en la cárcel! ¡incluso sin la evidencia genética! ¡Nunca hubo pruebas!

“Tengo muy poca tolerancia hacia la injusticia”

En 2015 un patólogo forense que había participado en el juicio se dirigió al Gobierno de Nueva Gales del Sur insistiendo en que los cuatro niños habían muerto por causas naturales y exigiendo la reapertura del juicio. El fiscal general de Nueva Gales del Sur tarda tres años en convocar una revisión del caso.

¿Y cómo se enteró del caso? ¿cuándo decidió implicarte?

En 2018, David Wallace, un joven abogado que había hecho un curso de inmunología de posgrado en mi departamento, ve en televisión un reportaje sobre este caso, me llama y me pregunta si existe ya la tecnología para realizar una investigación genética. Le dije que sí, que la tecnología había avanzado mucho en quince años y que en mi laboratorio ya estábamos secuenciando genomas humanos enteros.

Y se puso manos a la obra.

Me leí los informes y enseguida vi que las muertes podían ser por causas genéticas. Pudimos entrar en la cárcel para recoger la muestra de saliva de Kathleen, secuenciamos el genoma y lo analizamos, por separado, mi colega Todor Arsov y yo, y los dos llegamos a la misma conclusión. Había una mutación en un gen, CALM2, y se habían descrito ya otras mutaciones en este mismo gen que habían causado muerte súbita en niños pequeños. Pudimos secuenciar también a los niños a través de la sangre que se recoge en el momento de nacer, y demostramos que las dos niñas tenían la misma mutación que la madre y que encajaba con su cuadro de muerte.

Tengo entendido que contactó también con el mayor experto en el mundo.

Efectivamente. Cuando los genetistas y el cardiólogo representando al gobierno de Nueva Gales del Sur dijeron que no pensaban que esta mutación explicaba sus muertes, contacté con el mayor especialista en mutaciones de este gen y arritmias letales heredadas, que es el profesor Peter Schwartz, del Instituto Auxológico de Milán, y me dijo que habían descubierto recientemente un caso muy similar en una familia europea con una mutación en el mismo aminoácido. Él llegó también a la conclusión de que estábamos ante una mutación probablemente patogénica. Escribió una carta al juez exponiendo su razonamiento y explicando por qué pensaba que había una causa probablemente natural para la muerte de las niñas e, incomprensiblemente, el juez decidió ignorar esta información.

Pero no se rindió…

No. Tras cerrar el juez el caso, llamamos a los mejores expertos del mundo liderados por el danés Michael Toft Overgaard y se hicieron pruebas en distintos laboratorios demostrando que la mutación de los niños Folbigg interrumpía el ritmo cardiaco. Y con esta investigación, revisada por pares y publicada en la revista “Europace”, pasó a considerarse que había más de un 99% de probabilidad de arritmia letal con resultado de muerte súbita.

“Estamos probablemente ante el error judicial más grave en la historia de Australia”

Y hace un año los abogados de Folbigg le entregaron al gobernador de Nueva Gales del Sur una petición solicitando el perdón y liberación de Folbigg firmada por 90 científicos.

Justo. Llevamos la información que reunimos a la Academia de Ciencia de Australia. Su presidente, John Shine, después de estudiarla, respaldó la petición. En menos de dos semanas, expertos de todo el mundo, incluidos dos Nobel, la firmaron. Pero el fiscal general de Nueva Gales del Sur otra vez ha sido muy lento. Finalmente anunció que el 14 de abril daría el veredicto, pero aún no lo ha dado. Pienso tristemente, que puede haber motivación política porque han anunciado elecciones federales en Australia para el 21 de mayo y quizás no quieran distraer al electorado con un caso que va a ser muy polémico. Estamos probablemente ante el error judicial más grave en la historia de Australia. Es trágico que haya una mujer en la cárcel que es inocente y sin pruebas. Nunca ha habido ni arma de muerte ni signos físicos. Nada de nada.

Carola García de Vinuesa, exponente del talento español en el extranjero

Menos conocida para el gran público español que el catalán Valentín Fuster, director de Cardiología del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, el astronauta madrileño Miguel López Alegría o el chef asturiano José Andrés, la científica Carola García de Vinuesa es otro de los grandes talentos españoles que triunfan fuera de nuestro país y gozan del máximo prestigio y reconocimiento internacional.

Nacida en Cádiz hace 52 años, pasó parte de su infancia en Estados Unidos y Bélgica. De vuelta a España, estudió medicina en la Universidad Autónoma de Madrid. Era una joven muy idealista admiraba el trabajo que algunos de sus amigos realizaban para oenegés como Médicos Sin Fronteras. “Las historias que contaban de su labor en África me atraían”, reconoce.

La justicia social y la solidaridad han sido siempre una constante inquietud en la vida de Carola. Durante la carrera se marchó a Calcuta, en India, y estuvo trabajando con la Madre Teresa en los barrios más desfavorecidos y, más tarde, de la mano de un médico que tenía una clínica a orillas del Ganges, limpiaba las heridas a pacientes con lepra. “Fue una experiencia fuerte por la tragedia humana que vi en estos pacientes”, confiesa. Otro año, más tarde, y todavía estudiando, participó en un programa de educación de trabajadores de salud en pueblos de Ghana, en África, que fue también “una experiencia enriquecedora” en la que conoció a “personas excepcionales”.

En África había entonces mucha muerte infantil por meningitis y malaria, infecciones para las que no había vacuna. Sensibilizada por esta necesidad, se marchó luego a la Universidad de Birmingham donde profundizó en la investigación de la inmunidad a la meningitis y se doctoró.

Después, en 2001, una beca la llevó a la Escuela de Investigación Médica John Curtin de la Universidad Nacional de Australia, cuyo departamento de Inmunología dirigió durante ocho años. En ese país, donde echó raíces y dio cauce a su pasión por la investigación, se la considera una eminencia.

En 2005 descubrió un gen nuevo en ratones que conducía a una enfermedad autoinmune. Para bautizarlos se inspiró en sus raíces andaluzas: “Al ratón que me ayudó a descubrirlo lo llame San Roque y al gen, Roquin”, asegura sonriente.

Cofundadora y directora del Centro de Inmunología Personalizada de Australia, Vinuesa (como se la conoce en el mundo científico) fue una de las primeras personas en ese país en utilizar la secuenciación genómica para vincular enfermedades a variaciones genéticas.

En Australia es una autoridad. En 2015 entró en la Academia de Ciencias australiana y en 2020, en la de Salud y Medicina. Es también ganadora del Premio al Científico del Año del Ministro de Ciencia en Australia.

Este año, tras más de 20 años en Australia, ha regresado a Inglaterra donde actualmente trabaja para el Instituto Francis Crick, en Londres. “Los cambios vienen bien y tenía muchas ganas de cambio… y de estar más cerca de España, mi madre y mis hermanos”, concluye.