Consternación en el Raval
Los chicos de la calle cuidan el 'altar' de Samira: "Descansa en paz, guerrera"
Jimmy Pérez y Smile cuidan de que no dejen de arder las velas en la plaza Emili Vendrell, donde cayó la copa de una palmera que mató a la chica
Jordi Ribalaygue
Las velas encendidas por Samira apenas han dejado de crepitar en el Raval. Jimmy Pérez y Smile se cuidan de que no dejen de arder en la plaza Emili Vendrell, donde cayó la copa de una palmera que mató de repente a la chica, que intentaba salir a flote en la intemperie. Ambos amigos las han vuelto a encender este domingo, una a una con el encendedor que un vendedor les ha prestado. Parsimoniosos y en silencio, han acudido tras el ligero chaparrón con que se ha despertado la mañana, agachándose para sacudir las gotas que han empapado los cirios hasta apagar las llamas que envuelven el altar improvisado sobre el tocón que ha quedado tras talarse la datilera, hundida por motivos aún desconocidos. Jimmy y Smile conocían bien a Samira: compartían cobijo con ella en una cancha de baloncesto del barrio, donde una quincena de personas sin techo comparten las noches al raso. Sienten el deber de velar porque no se diluya la huella de la joven trans, de tan solo 20 años, quien se dejó la vida por un infortunio en las calles en que trataba de sobrevivir.
“La gente sigue viniendo a poner velas. El sábado había más que el viernes. Pero una chica que también vive en la calle ha venido y ha empezado a quitar las flores. Está loca… Supongo que lo ha hecho por celos. Por eso he venido para volver a ponerlo todo bien”, cuenta Jimmy. Conoció a Samira hace tres meses. La recuerda arrojada, osada, sin arredrarse ante nadie. “Iba mucho conmigo, por eso pensaban que era filipina -revela-. Era muy conocida en la calle. Tenía muchos amigos. Esa que ves en la foto -señala a otra joven – lo está pasando fatal desde que se enteró… También tenía algunos enemigos: no entendían que un chico quisiera ser una chica”.
Samira recibía ayuda de organizaciones como Arrels, que vela por las personas sin hogar, y Metzineres, que auxilia a mujeres sin domicilio y afectadas por la adicción a la droga. “Venía mucho por la plaza. Aquí cerca estaban sus amigas”, señala Jimmy.
Smile no había acudido hasta esta mañana al lugar donde el Raval desahoga su consternación. “Vengo por ella y por lo que pasó aquí… Cuando me dijeron que había muerto, no me lo creía. Hace pocos días, me regaló un perfume. Y los dos habíamos estado con ella, hablando. ‘Me voy a morir, me voy a morir’, nos dijo, no sé por qué”, confiesa. “Fue el día antes de que muriera”, confirma Jimmy, sin dejar de esforzarse en hacer prender una de las velas remojadas tras la llovizna.
Mensajes de despedida
Ambos apenas hablan en murmullos, respetuosos con la solemnidad que planea sobre el lugar del accidente. Una turista pregunta qué ocurrió en esa esquina, resguardada por un par de vallas y transformada en una capilla arrabalera y popular. Algunos transeúntes la observan, se detienen, toman fotos, leen las notas que la lluvia no ha borrado. “Que tus ganas de luchar vivan en todas nosotras”. "Descansa en paz, guerrera". “Siempre nos quedará un grito de lucha y una guerra de amor”. “Sami, cuídame. Aquí ya te echamos de menos. Que te sea leve al otro lado”.
“Los sentimientos están a flor de piel en el barrio. Es una forma de que no se borre la alma de esta chica”, comenta Fernando. Vive en la calle Joaquín Costa, a escasos metros del lugar del siniestro. Se declara aún estupefacto por que el árbol se tronchara. “Uno pasaba por aquí, mirando al suelo, sin fijarse en cómo estaba. Es cosa ahora del Ayuntamiento hacer una revisión exhaustiva”, reclama. Pilar no vive en el Raval ni conocía a Samira, pero se ha acercado este domingo a la plazoleta para mostrar sus condolencias y ver las ofrendas. “Es un gesto muy humano que se conserven”, ha opinado.
Jimmy no ha podido escribir su mensaje de despedida. “Donde estamos durmiendo no tenemos papel ni boli”, se disculpa. Se sonríe cuando se le pregunta si Samira hablaba de probar suerte en otro sitio, buscar un trabajo, salir del agujero. En su caso, no aspira a más que meterse en “un piso okupa”. En todo caso, la pinta como una opción más bien remota.
Mientras Jimmy y Smile acaban de alumbrar los cirios de nuevo, una camioneta de la limpieza pasa por la calle y ralentiza la marcha a la altura del lugar del fatal imprevisto. Precisamente, la corona de la palmera se desplomó sobre otro vehículo de la brigada; la conductora resultó ilesa. La trabajadora observa a los muchachos y retoma la marcha. Los chicos de la calle se comprometen a seguir protegiendo por que el altar de Samira subsista.
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