Desde esta tribuna venimos insistiendo en la necesidad de cambiar nuestros hábitos para no empeorar la situación del medio ambiente y sus consecuencias, validadas por instituciones públicas como Naciones Unidas o científicas como la NASA. Para ello es necesario que comencemos por el espacio donde pasamos el 80% del tiempo; los edificios, en los que tendemos a no utilizar energías como el sol o el viento, ni tenemos en cuenta que hay materiales que generan enfermedades o que existen materiales naturales con las mismas prestaciones que otros manufacturados.

La bioconstrucción considera estos factores, haciendo de un inmueble un sistema que no genere nada perjudicial, incorporando arquitectura, salud, eficiencia y respeto al medio. Un diseño que permita iluminación y climatización mediante el sol y el viento. Materiales de construcción naturales de baja radioactividad y locales, que aportan riqueza económica y medio ambiental al entorno inmediato, como madera, barro, morteros de cal, corcho, lana, aceites naturales y multitud de ellos que tenemos en la mayor fábrica existente: La naturaleza.

Este tipo de arquitectura diseña inmuebles con un ambiente interior agradable y magnífica calidad del aire interior al usar las propiedades de los materiales para este fin; la madera, por ejemplo, regula la humedad del ambiente, absorbe cuando hay exceso y emite en defecto. También tiene en cuenta no generar o disipar radiaciones, contaminantes atmosféricos y acústicos, alteración del entorno o estrés.

Esto no es nada nuevo, lo hacían nuestro maestros de obra y sus técnicas están probadas; morteros de cal del Antiguo Egipto o construcciones de barro del siglo XIII y rehabilitadas en 1909, la mezquita de Djenné en Malí, que siguen en pie. Ahora hay trabajos muy interesantes como los realizados por la arquitecta Petra Jebens-Zirkel, sirva de ejemplo el edificio de bioconstrucción para centro de investigación CIRCE de la Universidad de Zaragoza.