La existencia de boticas va unida a la necesidad de las sociedades por combatir enfermedades o accidentes que necesitaban de compuestos específicos para reducir dolencias o curar enfermedades. La farmacopea es una ciencia que se nutre de los conocimientos que las distintas culturas le han aportado a través de los tiempos. Culturas que fueron incorporando su sapiencia para mejorar la salud humana con el uso de elixires, menjunjes, ungüentos, brebajes, purgantes y emplastos, que elaboraban según los componentes y conocimientos que cada uno tenía a mano. El curanderismo ya utilizaba, desde antiguo, plantas, minerales y otros elementos naturales para fabricar los remedios que podían atajar las enfermedades.

El 30 de abril de 1531, la corona autoriza a Cáceres, ante la ausencia de botica en la villa, para que contrate un boticario «que sea persona hábil y suficiente para hacer compuestos y otros remedios», como condición para ejercer en la villa, también obliga la orden real a que sea el concejo el que pague los servicios del boticario, aunque no fija un salario sino que «el salario sea el que vosotros bien visto fuese». Otra norma para que Cáceres se beneficiase de tener botica, era que el responsable de ella debe residir en la villa. De esta manera, por primera vez, se tendría un servicio de carácter sanitario que hasta ese momento no existía. Desconocemos quien fue el primer boticario que se instaló en Cáceres, lo que si sabemos es que en 1552, ya había tres profesionales de la farmacia, instalados en las zonas más céntricas y comerciales de la villa, Pedro González y Francisco Nieto en la Plaza Mayor y Cristóbal García en la calle de Pintores.

Los boticarios, como el resto de las profesiones sanitarias estaban controlados por el Protomedicato, que autorizaba el ejercicio de las actividades médicas. En el caso de las boticas, estas se sometían cada año a unas visitas de control para saber si los productos utilizados para los diferentes compuestos estaban en buen estado, así como los útiles para elaborarlos. Las visitas a las boticas se realizan por miembros del concejo asesorados por expertos en la materia, normalmente médicos, que deben aprobar si la botica está preparada para seguir abierta o hay que cerrarla.

En 1633 en las visitas que se realizan a las dos boticas existentes en Cáceres, la de Francisco Herrera y la de Pedro Maldonado, se analizan todos los productos que dispensan a los enfermos, estos productos se dividen en: flores, piedras, polvos, harinas, píldoras, ungüentos, jarabes, aguas, hierbas y emplastos. A esto se añadían solutivas, que eran jarabes laxantes y lamedores que eran bebidas muy dulces hechas con agua hervida con azúcar y alguna esencia o zumo. Todo ello conformaba las existencias en ambas boticas, que debían tener la pertinente titulación de su responsable. En este caso la visita a las boticas las firma Pedro Sorapán de Rieros, uno de los más reputados médicos de su época, natural de Logrosán. Por los productos utilizados, sabemos que los boticarios remediaban las enfermedades de los cacereños con raíz de lirio, lengua de buey, polvos de sándalo o sebo de macho.