Minutos antes de las doce de la noche del viernes del pasado fin de semana. Un grupo de padres comparte mesa y mantel en la tapería Cáceres, en plena plaza Mayor. Sus hijos corretean en el exterior, lleno de vida en ese momento. ¿Qué ha pasado, aparte de celebrarse el mercadillo medieval?

Tras su enésima reforma y el cierre del tráfico, el emblemático espacio vuelve a crear ese clima especial de antaño, salvadas las distancias y los tiempos. Urbanísticamente, su arreglo integral, ese que tanta polémica generó, no se parece en mucho al de anteriores, que más bien eran parches , pero algo --o mucho-- ha cambiado, y la sensación general es que para bien. Casi unanimidad.

Un camarero asiente y expone su teoría. "Dónde va a parar hombre; esto ha cambiado radicalmente. Ahora hay mucho más ambiente". En efecto. Hasta bajar a la plaza por la mañana es ya diferente. "Esto estaba muerto; ahora está muy vivo", se escucha en La Minerva, otra de las taperías. A las cuatro de la tarde, divisando la inmensidad del edificio consistorial, tomar una cerveza en su terraza es un placer casi celestial.

El sabor popular de siempre de la plaza, el centro neurálgico de los paseos de los cacereños durante años, no se recuperará nunca, pero el escenario está volviendo a ser bullicioso. Y eso que los tiempos y la cultura han cambiado. "Antes pasábamos por allí de lunes a jueves. Los fines de semana subíamos a Cánovas, pero lo de la plaza era obligado", argumenta, con cierta nostalgia, otro catovi ya veterano, que también ve que aquello se ha transformado en clave positiva.

Hasta los empresarios

Desde la reforma, han cambiado hasta las mentes de los empresarios, que se han abierto definitivamente, como el mismísimo espacio. Lejos de riñas de la competencia por quítame allá ese espacio que no debes ocupar o esa gente utilizada como reclamo , la sensación de que los establecimientos de hostelería se han enriquecido al albur del cambio es más que palpable. El camarero de la tapería aludida en el inicio es exquisito en el trato. Los precios, muy buenos.

Hay hasta detalles jamás pensados en años anteriores: el menú para niños (cuatro filetes, cuatro croquetas, patatas y postre con tarta) incluye hasta un regalo, en el caso de la pequeña que acompaña a uno de los padres un precioso perro de peluche. Todo perfecto.

La plaza de no hace muchos años años conservaba hasta los carrillos donde se compraban las chucherías. Había sitios emblemáticos como las pastelería Isa o La Salmantina, el hogar de la Tercera Edad o la propia Minerva (librería emblemática) y ese halo singular que le daban los soportales, plenos de vida.

El entorno también triunfaba (ahora sigue siendo asignatura pendiente), especialmente la calle de los bares (General Ezponda) y alrededores. Con o sin botellón, la plaza cacereña siempre bullía, de día y de noche, pero durante muchos años ha caído en un estado de depresión innegable del que ahora da los primeros síntomas de recuperación.

La plaza vuelve a ser la plaza. Ahora, con más espacio, cacereños y turistas se sientan en sus bancos a hablar. La remodelación la ha hecho más grande, más abierta, más impresionante. "Costó un poco al principio, porque todos pensábamos que no hacía falta tanta obra y tanta zarandaja, pero al final ha merecido la pena". Un anciano se confiesa mientras lee este diario en uno de esos bancos. Como en los viejos tiempos. Como en los nuevos tiempos. ¿Quién dijo que la plaza estaba muerta? "Tienen razón, pero ha resucitado, jajajaja", le espeta su amigo, que ha vivido aquella época dorada y que quiere seguir viviendo intensamente esta. La plaza Mayor, esa plaza con 'brotes verdes'.