José Luis dirige las cocinas del Cefot desde hace más de cuarenta años. Ha alimentado a las generaciones de alumnos que han pasado por la base de Santa Ana. Nadie le conoce por su nombre, atiende al grito de Chewi, un apodo tan consolidado que se refleja hasta en su placa de identificación. Pocos acumulan tantos recuerdos sobre el acuartelamiento como él. Ha visto pasar a cientos de militares. En los mejores y en los peores tiempos del centro. Quedan cinco minutos para que un aluvión de jóvenes aterrice en el comedor y ni se inmuta. Está tranquilo. Mira por la ventana a los recién llegados mientras forman frente a sus compañías. Rompen filas. Espera a casi mil comensales, muchos más que en los últimos años, pero se vanagloria de haber recibido a más de dos millares y se retira a las cocinas, donde trabajan 40 personas, diez más que el último año. Paella y pollo con patatas, el primer menú para casi los mil alumnos que ayer iniciaron su formación militar en la base de Cáceres. Pasarán cuatro meses en el centro y jurarán bandera el 10 de marzo.

Un aspirante a militar pasa por la peluquería, ayer.

La lluvia empañó la primera jornada de los reclutas, pero no parecía importar a nadie. Los altos mandos convocaron a los jóvenes desde primera hora. Por delante, un día cargado de novedades para ellos y de rituales para los veteranos. La asignación de los dormitorios, la visita a la peluquería, la prueba del uniforme y las primeras clases coparon las primeras horas y la atención de los aspirantes que parecían haber sustituido ya los «nervios» y la «incertidumbre» del día anterior por la «concentración» a las órdenes de los superiores.

Aitor Duarte (Málaga, 24 años) y Rafael Victori (Sevilla, 22 años) comparten compañía: la tercera. Hay cuatro. Este año, la base ha aumentado el número de sectores debido a la elevada cifra de alumnos: 960 -915 chicos y 45 chicas-. La escasa presencia de mujeres en el ejército contrasta con la de hombres, aunque en el propio centro de formación destacan que el «número aumenta» cada año. Elisabet García (Pontevedra, 25 años) es una de ellas. Estudió la carrera de criminología. Cabe destacar que 20 de los reclutas son licenciados y 45 diplomados. La gallega reconoce que siempre se sintió atraída por la vida castrense desde que vio su «primer desfile aéreo» en su ciudad y aspira a ascender en la carrera militar a pesar de que no cuenta con el beneplácito de sus progenitores. A los de Aitor y Rafael también les costó decirles adiós confiesan. «Mi madre no quería», relata el sevillano. Rafael relata que su afición al ejército nació de sus abuelos mientras el malagueño presume de «prima legionaria». «¿Qué quieres hacer con tu vida», se preguntó Aitor después de trabajar en hostelería y tiendas de ropa. Despejó la mente, recuerda, y lo tuvo claro. Eligió esta vía esta vía para «conocer» sus límites. «Es una superación continua», apostilla. Desde ayer comparte experiencia con «nuevos compañeros de litera» que espera se conviertan en «nuevos amigos».

El grupo que acaba de llegar a la base de Cáceres es el más numeroso de los últimos diez años. Pertenecen al segundo ciclo de 2017. En mayo está previsto que lleguen otros mil alumnos del tercer ciclo extraordinario del año pasado. El sargento primero Martín, uno de los profesores, justifica el aumento de alumnos en la necesidad de expectativas laborales. Añade que la falta de empleo provoca que muchos se decanten por la vida militar para garantizar una seguridad. No obstante, no deja atrás a todos los que llegan por «vocación».

En cuanto acaben estos primeros días de adaptación, los jóvenes mantendrán una rutina férrea. Combinarán clases de topografía, armamento o cortesía militar con el entrenamiento físico. «Aprenderán disciplina y unos valores que son muy cotizados por cualquier empresa», manifiesta. Reconoce que siempre hay alguna baja, «las mínimas», tranquiliza. «Aquí forjamos los cimientos de lo que será su carrera, estarán muy cuidados en todos los aspectos», concluye.