Solo con hablar de ella ya se emocionan. Es un tópico, pero es así. La devoción de los cacereños por su patrona, la Virgen de la Montaña, es inexplicable con palabras. La bajada ayer desde su Santuario volvió a congregar a centenares de devotos. Niños, jóvenes y mayores a los que les falta algo si no la acompañan en su recorrido hasta la ciudad. «Aquí me siento tranquilo, en paz... porque reina ella», confesó ayer Pedro, un fiel beato que sube «todos los días» al Santuario. «Vengo andando o en bicicleta. Hoy --por ayer--, por ejemplo, he subido dos veces. Me gusta porque, incluso cuando no es el Novenario, subo aquí arriba, me siento a contemplar las estrellas o a ver como llega la niebla y recuerdo todo esto», relató con sentimiento. Pedro reza cada día a la Virgen y ésta le devuelve su pasión. «Tanto ella como el Cristo del Amparo me ayudan en el seguir de la vida. La Virgen me ha ayudado a salir de algunos problemas que he tenido en mi vida. Problemas fuertes, típicos de la juventud, pero encontré el camino gracias a ella. Solo no sé si hubiera podido», reconoció, ahora sí, emocionado.

Como él, otra cacereña que siente de manera única a su patrona es Beatriz. Acompañada de sus niñas --vestidas de refajo como ella-- y junto a sus familiares, esperaba ayer la salida de la Virgen de la Montaña, uno de sus momentos preferidos de estos nueve días de estancia de la patrona en la ciudad, pero no el más bello. «La bajada me gusta mucho, pero en la subida se me coge más fuerte el pellizco en la barriga. La patrona ya se vuelve a su casa y allí no la podemos ver todos los días», explicó. Como la mayoría de los cacereños, Beatriz se agarra a la Virgen de la Montaña en sus momentos de soledad y contiene las lágrimas con mucho esfuerzo al recordar a su madre. «Falleció hace un año y medio. Le gustaba mucho venir aquí y me hubiese gustado que hoy estuviera con nosotros. Me acuerdo mucho de ella y me agarro a la Virgen en esos momentos».

La de la patrona es una tradición centenaria que data del siglo XVII, cuando Francisco de Paniagua fundó el Santuario, siendo además la única persona que hay enterrada en él. «Se genera un lugar de encuentro aquí arriba. Es especial, cuando una cosa se lleva en el corazón y se transmite es imposible que caiga en el olvido. Hay muchos padres que han venido con sus hijos y, seguramente, ellos traerán a los suyos el día de mañana», desveló Ángel Rojo, un devoto más, además de mayordomo de la hermandad del Amor, que sube cada jueves después del trabajo al Santuario. La fe mueve montañas.