José Dionisio Caro nació en el número 5 de la calle Júpiter. Su padre, Cipriano Dionisio, era capataz conductor de la Cámara Sindical Agraria, que estaba en la avenida de España. Su madre, Magdalena Caro, era ama de casa. Junto a José conformaban la familia otros seis hermanos: Gabriela, María del Socorro, Marcelina, Santiago, José Angel y Jesús Manuel.

José, Pepe para los amigos, jugaba con Pinqui, Eusebio, Manolo López, Cecilio Trigoso y muchos más. Estudió en el colegio San Francisco y luego en la Casa Sindical, donde hizo Maestría Industrial. Su primer trabajo lo encontró en Confecciones Macías, que estaba en Reyes Huertas y lo regentaban Luis Macías y su mujer, Pepa Avila. El señor Macías trabajaba también en el Servicio General de Cereales, un empleo que compaginaba con Confecciones Macías, que en realidad era una fábrica de ropa que suministraba a boutiques de toda la región: a Sebastián Gómez, que estaba al lado del Clavero (hotel Alcántara), pero también a tiendas de Mérida, Trujillo, Malpartida, Garrovillas, Zarza de Montánchez, Valencia de Alcántara...

En Confecciones Macías se hacía la ropa, se embalaba en cajas y se repartía. Tenía lo menos 16 empleados y era un local muy grande, situado a los pies de la plaza de Colón, con un doblado en la parte de arriba donde estaban las oficinas. Tras su paso por Macías, Pepe decidió emprender un nuevo camino abriendo una tienda de comestibles de la cadena Udaco en San Blas, donde estuvo trabajando Agustina Galán.

Rucris

Una tarde de 1984 acudía Pepe, como era habitual, al Rucris a echarse la partida. El Rucris era una cafetería propiedad de Arsenio Jiménez que estaba en Santa Joaquina de Vedruna. Llegó Arsenio y le propuso a Pepe y a su amigo Cecilio Trigoso el traslado del negocio. Aceptaron. Así comenzó la incursión de Pepe en el mundo de la hostelería.

Pepe y Cecilio llevaron juntos Rucris hasta que Pepe se quedó definitivamente con el bar. Del San Antonio, de Las Josefinas, de Las Carmelitas, del Paideuterion... todos iban a Rucris. Allí trabajaban como camareros Antúnez, que estaba en el Cacereño, Antonio, Miguel, Chicho, Santillana... y Nicasia, que era la cocinera.

Por la mañana acudían a Rucris los funcionarios de La Perra Gorda y muchos viajeros que paraban en la estación de autobuses de Gil Cordero. A la hora de las cañas Rucris se ponía impresionante, tan impresionante que Pepe tuvo que comprar toda la colección de discos de Hombres G porque entonces causaban sensación y todo Dios estaba como loco con los Hombres G.

Rucris tenía mucho encanto. Era un local muy bonito, de madera, con un descansillo arriba donde durante un tiempo pusieron un billar. Tenía sus repisas, sus mesas bajas, sus silloncitos donde los enamorados se sentaban y se susurraban cosas bonitas al oído.

En aquellos años la avenida Virgen de la Montaña tenía mucho público porque en ella estaban El Búho Rojo, que llevaba Enrique Visol, y la discoteca Plató. Plató había sido previamente El Molino Rojo, una cafetería con clientes que entraban a tomar un café por la mañana y ya se quedaban allí todo el día. El Molino Rojo era también cuna de intelectuales y poetas, de profesores que salían de Las Normales y llenaban sus mesitas, un local pequeñito que tuvo de camarero a Tato.

El Molino Rojo servía gambas con gabardina y unos bocatas de calamares que estaban buenísimos. Estaba cerca de Castañera Radio, junto a una frutería y al lado de la empresa Magro, que era donde vendían los billetes de autobús que te llevaban a Valencia de Alcántara. Al Molino Rojo acudían muchos aficionados al Cacereño, que también pasaban por el bar Béjar que estaba en Colón y que vendía localidades para el fútbol.

El dueño del local que ocupaba el Molino Rojo era Paco, el de los hornos de la cal de Moctezuma. Cuando el Molino cerró, un hijo del señor Paco, Fernando Rodríguez Alonso, Fernandino , decidió abrir allí una discoteca a la que puso por nombre Plató y que se convirtió en la discoteca más moderna de Cáceres, un lugar acogedor y familiar, de entrada rectangular, con su doble puerta y unas cortinas enormes de terciopelo verde oscuro casi negro. Las atravesabas y ¡¡¡zas!!! entrabas directamente en aquel paraíso donde de repente, y sin apenas darte cuenta, te veías convertido en un adolescente.

Plató abrió en los 70 y sus últimos coletazos los dio a finales de los 80 principios de los 90, así que por ella pasaron decenas de generaciones. Desde su apertura se convirtió en el lugar de encuentro por excelencia. "¿Dónde quedamos?", te preguntaban tus amigos. Y tú respondías: "Quedamos en Plató". La sala estaba decorada en tonos verdes; a la derecha la barra, a la izquierda los asientos de hormigón cubiertos con cojines de colores, y al fondo la pista: un cuadrilátero con espejos, una bola de cristal y una barandilla de madera donde los más rezagados se apoyaban esperando su turno para el baile.

Antonio y Luis eran los camareros, siempre impolutos: con su pantalón negro, su camisa blanca y su pajarita. Madera y Satu eran los porteros y también se encargaban del guardarropa, que tenía una cortinilla roja. Luego estaba la cabina del pinchadiscos, negra y con dos platos que manejaba a la perfección Chuchi, que enseñó luego a Currino.

Plató era muy chic: el centro de la movida: jóvenes adolescentes, universitarios... todo Cáceres acudía a Plató. Cuando El Corregidor o el Almonte ofrecían bodas, siempre recomendaban Plató para terminar el baile. En hostales y pensiones se repartían tarjetas de invitación con el logotipo de la discoteca, que entre semana ampliaba así su clientela.

Los Vela, las Guardiola, las Polo, las Pinquinas (que eran las hermanas de Pinqui), eran habituales. Allí pinchaban Boney M., Abba... y dentro se podía fumar.

Se fumaba Chester sin boquilla, un tabaco que traía mucho Juanito el de Lux. Luego estaban los Bisonte, los Celtas Largos con boquilla y los More, que eran unos cigarrillos largos que sabían a menta.

Era muy típico el Cointreau con piña colada en aquella época donde no existían los móviles, pero sí el teléfono fijo, que solía ser un teléfono de rueda de color beige, aunque en algunos hogares, los más privilegiados, tenían dos teléfonos (el supletorio que se decía). Las pandillas quedaban al caer la tarde en la esquina del Chalet de los Málaga, o a las puertas del Coliseum. Cuando las chicas habían acudido a los ejercicios espirituales del santuario de la Montaña (en los que, entre otras, se cantaba el "Yo sigo a Dios" ) y bajaban luego a Plató, solían huir de los chicos tras el aviso previo de las monjas en torno a los pecados de la carne.

Eran jovencitas que acudían a los colegios religiosos en los años en que tanto se estilaba el chicle Bazooka . El Bazooka venía dividido en tres trozos, fabricados a modo de rueda y envueltos en un papel de plata. Por la tarde te metías uno de esos chicles en la boca y al llegar a casa, por la noche, lo introducías en un vaso de agua. Al día siguiente, cuando lo volvías a mascar el sabor se mantenía. Si la monja Sor Fulanita te pillaba comiendo chicle dentro del aula te obligaba a sacarlo de la boca, te lo pegaba en la frente y te paseaba seguidamente por el resto de clases del colegio. "Mire lo que le traigo aquí Sor Menganita , mire lo que le traigo aquí Sor Beltranita ", repetía una y otra vez Sor Fulanita en aquel paseillo humillante e interminable.

Pinqui y Pepe

Cuando Fernando dejó Plató, de la sala se encargó su hermano Juan Luis (Pinqui para todos), que llamó a su amigo Pepe, el de Rucris, para que juntos continuaran el negocio. Plató seguía siendo muy moderna, tan moderna que hasta camareras trabajaban en ella: Pilar, Trini...

Por entonces nuevas generaciones ocupaban la discoteca, generaciones de los 80: pelos cardados, poderosas hombreras, laca a raudales, generaciones que pensaban que en el año 2000 llegaría la odisea, que viajaríamos en coches que recorrerían el espacio sideral y cosas así. En esa época Plató se hizo muy famosa porque tenía dos pases: el juvenil, que empezaba sobre las 6 de la tarde, y el de los mayores, que se iniciaba pasadas las 10 de la noche.

En aquel tiempo Plató cambió el concepto de la movida porque en Plató podía entrar todo el mundo, no como en Fara, que solo iban los pijos. La sesión juvenil, donde no se servía alcohol, se aprovechaba para celebrar las fiestas de los colegios: Las Pepas, Las Carmelitas, el Sagrado, el Padu, el San Antonio, el Licen... Todos llenaban Plató.

Los Modern Talking

Aquellos chavales sí bailaban de verdad, no como ahora que vas a cualquier bar y no baila ni El Tato . Pero entonces sí, bailaban mirándose al espejo y cada pandilla tenía su sitio en la pista mientras escuchaban a Burning, Los Secretos, Modern Talking, Spandau Ballet, casi al final la hora heavy con Siniestro Total, y para terminar las baladas, que era cuando ya encendían las luces.

Verónica Salgado, Antonio Fernández, Pepa Grados, Merche Escobar, los Galán, Cristina Mateos, May Viniegra, los chicos del voley del Licen (Quique El Rubio y Curro entre ellos), Jesús Corrales, Valentín, los Carricejo, Roje, Yolanda González y su hermano Paco y tantos y tantos otros pisaron Plató.

Cuando la discoteca empezó a decaer se transformó en Avenida, y Pepe y Pinqui montaron en Las Cuatro Esquinas La Gata Flora, que de toda la vida había sido el comercio de Regodón. La trayectoria de Pepe continuó luego en Blues, un local de la plaza de Albatros que había abierto Javier Sotomayor, que era hijo del dueño del Capitol y del Astoria. Sotomayor pertenecía a una moderna generación: Ignacio Vela, los hijos de los Sobrinos , Martín Cumbreño el de los calzados... Como Sotomayor quería volar, a los seis meses se marchó, así que Pepe se quedó con Blues, un local que también marcó la noche cacereña. Pero esa ya es otra historia.

La vida sigue su curso en Virgen de la Montaña, con su trasiego de cafeteras a la hora del desayuno, mas hay días en los que uno se detiene a las puertas de lo que fue Plató, aquella discoteca de Pinqui y de Pepe en la que sonaban Burning, Aerolíneas Federales, Dolce Vita y Los Secretos, y evoca sus años en mitad de una pista de baile donde de repente te mirabas a un espejo y, sin apenas darte cuenta, te veías convertido en un adolescente.