El complejo minero industrial de Aldea Moret concentró 12 pozos de extracción y 119 construcciones durante un siglo de abundante actividad (1864- 1960). Sólo tres de ellas se han rehabilitado (almacén de superfosfatos, Embarcadero y pozo La Abundancia). El resto se encuentran deterioradas o han desaparecido por completo. El PERIODICO ha analizado la situación sobre el terreno. No hay rastro de la enorme fábrica de ácidos, ni de la impresionante nave de madera que servía de almacén de abonos, ni del puente que la unía con el Embarcadero. Tampoco se conservan el botiquín, el pozo Demasía, los estanques de lixiviación, las instalaciones de electrólisis, el pozo San Eugenio, el chapero, las oficinas, las escuelas, el cine-comedor o el refugio. Las estructuras que sobreviven están en ruinas: la piscina, el laboratorio, los hornos, La Fosa o el acceso a algunos pozos.

Este proceso de abandono y expolio ha tenido lugar especialmente durante los últimos 30 años y no ha encontrado freno. EL PERIODICO publicó ayer la sustracción de unos depósitos de agua de más de un siglo. Pero el saqueo es general. Se han llevado el mobiliario de todas las instalaciones, las puertas, las ventanas, el instrumental, los documentos... "Cáceres estaba apartada y Aldea Moret la comunicó con el resto del mundo. Qué lástima que no se conserve como lo conocimos hasta hace poco", lamentaba ayer el presidente vecinal, Francisco Luis López Naharro, en un recorrido por la zona.

La Junta tramita ahora la declaración de estos restos industriales como Bien de Interés Cultural, una figura que podría proteger lo que permanece en pie. "Ojalá se consiga, pero ójala que hubiera llegado antes. Ayudaremos en todo lo posible", señaló Francisco Luis López, convertido en el mayor conocedor de la mina y poseedor de un extenso archivo de fotos y documentos. "Tuve incluso que llamar la atención a la empresa propietaria del poblado porque una mañana estaba quemando los documentos de la antigua oficina", relata.

El poblado minero se levantó hacia 1870 con un estilo marcadamente anglosajón. En él vivieron los altos cargos de las minas, muchos extranjeros. No tenía igual. Las casas eran muy amplias, con bellos jardines, electricidad, alcantarillado e incluso canales de riego en cada calle. Hoy, el poblado está lleno de solares vacíos. Cerca de la iglesia de San Eugenio, que se mantiene recia, ha desaparecido todo el complejo dedicado al proceso de electrólisis, donde se fabricaba cobre con la ceniza de pirita. "Eran una especie de grandes copas de hormigón que se derribaron hace 12 o 14 años sin saber cómo ni por qué", lamenta el presidente. En su lugar hay un vial con árboles de la nueva urbanización Sierra de San Pedro. Al lado tampoco queda rastro de la mina San Eugenio, muy antigua, donde manaba agua a borbotones y donde siempre encontraban cobijo los toreros pobres y maletillas que venían a la feria.

Las escuelas eran muy peculiares, de amplios ventanales. Estaban en la plaza de Madrid pero allí sólo queda pasto. Entre estas aulas y la vía se levantaba la enorme fábrica de ácidos, toda en madera, de gran porte. Se llevaron hasta las vigas y apenas quedan vestigios de la nave de hornos, que estaba anexa. Cerca se situaba el gran almacén de fosfatos, también de madera, que desapareció por completo entre los años 80 y 90. El puente que comunicaba esta estructura y el Embarcadero, muy alto y característico del poblado, también comenzó a caerse a trozos hasta que una grúa lo derribó.

Por entonces la llamada arqueología industrial tenía poco valor. "Yo insistía en que había que conservar las instalaciones, pero me calificaban de loco y de excesivamente sentimental", recuerda el presidente, que ve como se derriban una construcción tras otra. "No queda nada del cine que hacía las veces de comedor para las celebraciones, ni del refugio. De hecho, en los arcos de entrada había una columna romana que también ha desaparecido", relata. La casa del administrador, de unos 2.000 metros cuadrados incluido el jardín, ha sido literalmente saqueada, y las oficinas colindantes sucumbieron a las excavadoras hace poco tiempo. Enfrente, el laboratorio aún tiene huellas de tiempos mejores, pero amenaza con caerse. "Se han llevado probetas, instrumentos, elementos químicos, mesas de trabajo y hace un par de meses, hasta el eje de transmisión y el motor", denuncia.

ESPLENDOR POR LOS SUELOS La piscina, que renovaba continuamente el agua con las reservas del Calerizo, sólo mantiene sus paredes. Frente a ella han desaparecido hace no mucho todos los edificios de una manzana: el dispensario médico, el economato, el chapero y el pozo Demasía. Tampoco se conserva ni un ladrillo del gran almacén general, de la carpintería, la fontanería o la plomería. El parque era una delicia, "tan frondoso que casi no pasaba el sol", recuerda Francisco Luis López. La empresa titular de los terrenos ha hecho algunos arreglos, pero su estado dista mucho del original. Además, dos manzanas de casas han sido derribadas, otras se desmoronan y sólo quedan algunas habitadas.

Las construcciones que siguen en pie, como el entorno del pozo Esmeralda, San Salvador, La Fosa o el segundo pozo San Eugenio, han sido despojados de todos sus componentes de hierro, de las instalaciones eléctricas y de cualquier recurso aprovechable.

También es cierto que las reformas millonarias del Embarcadero y el almacén de superfosfatos (nuevo semillero tecnológico) intentarán dar vida a la zona, y que el concurso internacional de arquitectura Europán tiene seleccionado un proyecto para revitalizar el poblado, objetivo al que también pretende sumarse el Ministerio de Cultura. Francisco Luis y sus vecinos esperan que así sea, pero lo antes posible.