Me he visto obligado a acortar mi estancia en Madrid y regresar precipitadamente. ¡Qué vergüenza he pasado! Entré en El Corte Inglés y tras pegarme con varios para coger unos calcetines rebajados llego a la cajera. Mientras me los envolvía se dirigió a mí: "Por su acento es usted de Cáceres. Vaya ridículo que han hecho los de Cáceres con lo del reloj de la Puerta del Sol". Voy a comprar un Ipod para mis hijos en una tienda especializada en últimas tecnologías: "Ustedes los de Cáceres aún tendrán relojes de arena".

Decido volverme a casa y pregunto a un chulo madrileño por el metro para ir a Atocha. "Joder con los de Cáceres. Ni siquiera sois capaces de parar un reloj y queréis montar en metro". Y ya en plan cabrito: "A ver si es que no sabéis ponerlo en marcha después". Me debí confundir porque llegué tarde para sacar el billete y el tío de la ventanilla me remató. "Claro, como los de Cáceres paráis los relojes".

Nunca he podido entender lo de los poderes mentales. ¿Qué clase de poderes son esos que te permiten adivinar el número del gordo pero no comprarlo? Porque hay que ver la mala leche que te entrará al comprobar que lo has adivinado y no lo has comprado.

A pesar de no haber creído en estas cosas en esta ocasión me hubiera dado muchas satisfacciones que nuestro mentalista lo hubiera parado. El día 1 de enero toda España y medio mundo hablaría de lo espabilados que somos los cacereños. Imagínense. Llegas a Madrid, o a Nueva York, presumiendo: "Que soy de Cáceres". El personal te diría con admiración y respeto: "Hosti. Los de Cáceres sois la leche". Y tú displicente: "Bah. No tiene importancia. Ese es el más tonto de la ciudad. Los hay que no solo paran el reloj de la Puerta del Sol sino directamente el sol".