Llegamos a Casas de Belvís sin conocer nada del pueblo. Ni siquiera lo habíamos oído nombrar. Sabía que pertenecía a Campo Arañuelo, que era un pueblo pequeño y que tenía escuela y un autocar que bajaba y subía a todos los niños que iban al instituto. No soy una persona abierta, me cuesta darme a conocer, quizás por lo mal que lo pasé de niña o por ese año anterior donde me escapé a un pueblo de la Galicia profunda, donde no había niños con los que poder jugar mis hijos y tenían como sagradas las tierras de modo que si mis caballos se escapaban aunque hubiera puesto pastor eléctrico, cintas y no sé cuantas cosas más siempre era yo la culpable.

Aquí, en las Casas de Belvís, la gente nos sonreía al vernos pasar y nos saludaban como si lleváramos años conviviendo con ellos. Pero jamás imaginé el corazón de oro que este pueblo tenía. Mi niño, mi pequeño, tiene labio y paladar hendido. La Junta de Extremadura debe pensar que la ortodoncia es el antojo de una madre que desea que estéticamente esa boquita sea preciosa y no entienden, no comprenden, que la ortodoncia forma parte de un tratamiento largo y muy doloroso. Llevaba meses intentando que la Junta entienda que no puede cortar un tratamiento a medias que vulnera los derechos del menor y que atenta contra los Derechos Humanos, pero El Periódico Extremadura me dio la opción de que esta queja fuera escuchada incluso fuera de Extremadura. Y ocurrió un milagro, algo que jamás me había pasado, que me quedó totalmente parada por que un GRACIAS era demasiado poco. La idea fue de una mamá del colegio de mi hijo: comprar una cesta donde meter queso, lomo, chorizo y alguna cosita más y luego vender papeletas por este pueblo, por el del al lado y estoy segura que hubieran bajado hasta Navalmoral. Esta idea fue apoyada por casi todo el pueblo, desde los papás de los demás alumnos, las profesoras, que son un cielo y me han ayudado mucho, pasando por la peluquería, por el supermercado o el Bar de Mario. Lloré de emoción cuando me enteré. ¿Cómo este pueblo puede tener un corazón tan grande? ¿Cómo gente que no nos conocía estaba buscando la manera de poder pagar la ortodoncia? ¿Cómo se puede ser tan buenas personas?

No lo acepté por que yo tengo animales de modo que si quisiera dinero los vendería, aunque me partiera el corazón al ser dos de ellos de la persona que me devolvió la sonrisa y me quiso y aceptó tal como era. No lo acepte porque es la Junta la que debe moverse, la que no puede quedarse parada dejando pasar los días dando siempre la misma respuesta «es un proceso largo y necesita pasar por muchos departamentos para sacar un decreto que sí acepte a estos niños de labio y paladar en salud bucodental», algo a lo que ahora no pueden acudir. Y si mi niño recibiera el tratamiento, ¿qué pasaría con los demás niños? Todos tienen el mismo derecho.

Hubo una tercera razón para no aceptar esta ayuda. Había encontrado una clínica de confianza, Monrea&Roman, en Plasencia. Gracias a ellos hoy tengo un microcrédito y mi hijo está recibiendo tratamiento. Todos me han enseñado que hay gente de buena fe en este mundo y que la solidaridad existe. Ese apoyo me ha servido para coger fuerzas y seguir adelante.