Mientras en el Canal de Isabel II se dedicaban a jugar con la calculadora lo único que podíamos esperar era que nos subieran el agua. Pero de repente, y sin que sirva de precedente, alguien se puso a pensar. Y con lo malo que es pensar, puesto que la ciudad crece y el consumo de agua disminuye, se le ocurrió deducir que a lo mejor hay fraude. Lo que no ha dicho es por parte de quien. De manera que los vecinos, que también dedican sus ratitos a pensar, bien y mal, se han quedado con la copla y han supuesto que el fraude lo puede cometer el Canal. Porque pueden sospechar que se trata de un ardid para subir el agua.

Y ya que hablamos de precios, sería interesante que nos dijeran qué beneficios se llevan en cada litro y cuánto supone el total, para que nos hiciéramos una idea de la necesidad de la subida y de lo que entienden ellos por rentabilidad. Afortunadamente han rectificado y admiten que el fraude es muy pequeño aunque siguen sin saber a qué se debe la bajada del consumo. Porque al parecer aunque hubiéramos seguido al pie de la letra las campañas de ahorro de agua no es para tanto. ¿Es que también hay un contador de eficacia de las campañas? Porque a los problemas de otros lugares los cacereños podemos añadir la poca capacidad del pantano y la dificultad para hacer otro. ¿Eso está también calculado? ¡Qué linces!

Así como la mayoría de los vecinos no va a preguntar a los defraudadores cómo se las ingenian, para copiarles, esperemos que no comiencen otra campaña que para salvaguardar los beneficios del Canal tenga como eslogan: ¡Deje los grifos abiertos mientras va al cine!