Pese a que el mismísimo Franco había dicho que no hacía política, durante la dictadura uno de los entretenimientos favoritos de los españolitos era hablar de política. Naturalmente, con todas las reservas oportunas, en pequeños cenáculos, sabiendo con quién hablabas, y en los bares. Y no digamos cuánto se agudizaba el ingenio en busca del chiste que habría de circular por toda España. Bueno, pues lo que no consiguieron 40 años de dictadura lo puede lograr la crispación que se ha instalado en la vida política. En estos momentos es recomendable no hablar de política. Los insultos y las descalificaciones han sustituido a los argumentos. La mayoría de la gente no expone opiniones personales sino que habla incluso con las mismas palabras que ha escuchado en "su emisora", ha leído en "su periódico" y utilizan "sus líderes". Ni siquiera los números son respetados pues están manipulados. Cualquier institución de reconocido prestigio hasta ahora resulta ser partidista. La discusión puede acabar con la acusación de ignorante, fascista, ladrón, mentiroso y antipatriota. Con este panorama te expones a perder a tus mejores amigos. Por eso, como dice un amigo mío, "yo solo hablo de política en presencia de mi abogado".