La pasada semana fallecía en Cáceres Juan Serrano Macayo que, además de otras muchas cosas, fue uno de los diez jugadores que disputó el primer partido de baloncesto que se jugó en Cáceres. Según cuenta Carlos Tejado en su libro "Cáceres, 60 años de baloncesto", aquel encuentro se celebró a finales del año 1939 en una rudimentaria cancha levantada en los campos de El Rodeo. Su mentor fue un militar irlandés llamado Arthur O´Ferrall, a quien cabe el honor de ser el introductor del baloncesto en la ciudad feliz .

En Cáceres sólo se conocían hasta entonces el fútbol y el atletismo. El baloncesto se convirtió pronto en el segundo deporte local, aunque sin ser un espectáculo de masas hasta 1992.

Decía Carlos Alhinho cuando era entrenador del Badajoz que el deporte había sustituido a las guerras entre las grandes ciudades medievales de Europa. En esas guerras deportivas, la ciudad feliz nunca tuvo un ejército triunfador que le regalara autoestima. Los equipos locales andaban siempre perdidos por divisiones menores. Sin embargo, el diez de mayo de 1992 el Cáceres subía a la ACB. Desde entonces, Cáceres ha sido capaz de competir en baloncesto con capitales mucho más grandes y ricas y mucho mejor comunicadas.

NI AEROPUERTO NI AUTOVIA

Desde 1992 hasta 2002, Cáceres soñaba cada fin de semana que no tenía límites. Pero al celebrarse el décimo aniversario del ascenso a la gloria, las penurias económicas del equipo de baloncesto se han convertido en un espejo que refleja la limitada realidad de la ciudad feliz . Es decir, Cáceres es una pequeña capital periférica, alejada de los centros de decisión, sin industria, sin aeropuerto, sin autovías y sin trenes rápidos donde las grandes empresas no se arriesgan a patrocinar un equipo.

En los años 90, la asistencia a los partidos de baloncesto del Cáceres no bajaba nunca de los 5.000 espectadores. En los últimos meses, rara vez se superan los 3.000. Y es lógico. Al cacereño le cuesta constatar cada sábado que las entidades bancarias y las empresas de Granada, Valladolid o Fuenlabrada no sólo subvencionan a los equipos de esas ciudades, sino que pagan los viajes de sus aficionados a Cáceres.

Mientras tanto, aquí, ni créditos, ni patrocinadores, ni subvenciones ni casi nada. El equipo de voleibol de Soria se llama Cajaduero; el de balonmano de León, Caja España; el de baloncesto de Málaga, Unicaja. El nuestro, Cáceres a secas y así desde hace más de diez años.

Y claro, el cacereño va al baloncesto y le sale el Doctor Jekyll que lleva dentro: pasa de sentirse el más dichoso habitante de la ciudad feliz a verse como el pobre nativo de un sitio pequeño, marginado y sin suerte. La felicidad es conformarse con la situación y asimilarla. El cacereño se levanta cada mañana, respira hondo y proclama: "Qué bien se vive en Cáceres, la ciudad de las promesas donde pronto habrá Ave, autovías y de todo". Pero luego abre el periódico, lee cómo el Cáceres se estrella contra la cruel realidad y se descorazona: "¡Qué felices somos, pero qué desgraciaditos!".