Uno de los inventos más exitosos entre las actuales programaciones de los medios televisivos han sido las tertulias. Aquellas que antes se llamaban ‘mesas redondas’, ‘debates en vivo’, ‘ruedas de opinión’ u otras denominaciones menos descriptivas; cuando la radio era en ‘blanco y negro’ --sin color ni relieve-- y solamente el tono de voz, las inflexiones o modulaciones orales o los argumentos de los intervinientes daban sentido y espacio escénico a sus aportaciones.

Desde que la TV invadió las salas de estar y los comedores de nuestras casas, estos programas esencialmente políticos se han convertido en un espectáculo algo teatral, con actores, decorados, guión y cierta ‘orientación’ ideológica para que las tertulias no sean asépticas y amorfas, y cumplan algunos objetivos impuestos por las empresas que pagan la publicidad o patrocinan los espacios televisivos ‘entre anuncios’.

Los antiguos programas de Radio Nacional de España, de Radio Madrid --la Sociedad Española de Radiodifusión--, de Radio Intercontinental o de Radio España Independiente, han dejado de ser en ‘blanco y negro’ y han adquirido color y relieve, personajes y decorados; incluso una ‘clá’ dentro del plató para aplaudir las ocurrencias de los tertulianos ‘de la cuerda’; cuando aparezca, fuera de pantalla, el cartel de ‘aplause’. Todo para convertir cada programa en un espectáculo de amplia audiencia, en el que cada actor represente un personaje y defienda una opción de manera más o menos convincente. Consiguiendo, además, una alta cuota de pantalla por la que se puedan pedir mayores precios por los spots publicitarios intercalados.

En definitiva: los viejos programas de radio de la onda media, que tanto entusiasmaban a nuestros padres y abuelos, escuchando con pasión e interés, inclinados sobre el ‘aparato’ de radio, las opiniones y análisis de avezados locutores --que aumentaban con sus modulaciones y entonaciones el sentido de sus frases--, han quedado reducidas a ruedas de opinión de periodistas polivalentes y desenfadados, que opinan sobre casi todo; que auguran el futuro de los grandes problemas nacionales y que dictan sentencias --más que juicios de opinión-- sobre datos y personas que normalmente desconocen.

El Periodismo, desde sus primeros balbuceos publicitarios, se inventó para informar; para comunicar a la gente los precios de los mercados -’los Mercuriales’-- los mandatos de la autoridad competente - las ‘Gacetas’-- o los ecos sociales que se producían en el vecindario de cada ciudad o pueblo. Desde aquellos ‘periódicos’ colgados de algún clavo en la pared del Ayuntamiento, hasta los grandes ‘rotativos’ actuales --editados en papel, radioemisión, televisión o difusión digital en internet--, han pasado más de dos siglos y se han ido transformando en elementos relevantes de nuestra vida cotidiana.

Relevantes en el sentido de ir adquiriendo cada vez mayor relieve dentro de los comportamientos sociales de los pueblos adelantados.

Por ello, es el momento, quizá, de que exijamos en toda su labor informativa la verdad --y solo la Verdad-- como eje de su acción profesional. La honestidad como método para realizar cada día su trabajo; y la humildad para poner los hechos al nivel de las palabras, y que éstas no adquieran mayor fuerza y relieve que las que pronuncia la gente de la calle.