Puesto que el sonómetro, un aparato que mide los ruidos de un local, está en revisión durante unos meses, los vecinos tendrán que resignarse a no dormir. Seguro que la revisión del coche del alcalde no dura tanto y si durara tendría otro auto a su disposición. Y cuesta mucho más que un sonómetro. Claro que ni el sonómetro garantiza el sueño de los vecinos pues llegar al cierre o la bajada definitiva de los sonidos es casi una utopía.

Y mira que el problema tiene fácil solución. Consiste, llanamente, en exigir a la industria las reformas necesarias para que no produzca ruidos y comprobarlo antes de conceder la licencia de apertura. En el caso de que no reuniera los requisitos imprescindibles se negaría la licencia no para abrir un bar sino para utilizar aparatos musicales. Lo que parece una estafa es que un industrial abra un bar con todos los permisos y a los pocos meses o años se lo cierre quien le dio la licencia porque no cumple la normativa. Se puede argumentar que insonorizar un local es muy caro y prácticamente imposible para la mayoría de los industriales, pero eso lo único que significa es que no puede haber música en los bares. Que no sé para qué ponen música en los bares si nadie la escucha y molesta a los clientes tanto como a los vecinos.