La señora gitana no ha traído de casa una bolsa de basura porque le parece una ordinariez. La señora gitana entra en Berska y le pide una bolsa moderna a la dependienta. La señora gitana ha recogido a su hijito a la puerta de la escuela, han comido y se lo lleva a la calle del Adarve del Cristo, a hacer cola para coger ropa en las Trinitarias.

Los pobres de la ciudad feliz no son unos necesitados cualesquiera, sino menesterosos elegantes que se cuidan, se acicalan, se perfuman y sobrellevan la carestía con clase. No hay más que colocarse un jueves antes de las cinco a la puerta de las Trinitarias, Arco del Socorro abajo.

Allí están un caballero canoso de americana gastada pero correcta y una señora que tirita con la dignidad de su abriguillo teja, sus medias negras, su pasador con Nazareno y sus pendientes de perlas Majórica. Hay una muchacha de labios rigurosamente perfilados y corte de pelo a la útima, dos señoras abrigadas con carrito de la compra y un niño con rizos de oro al que llaman El Bisbal.

HUELEN A COLONIAS FRESCAS

A veces pasa un coche, los pobres se arremolinan para dejarle sitio y se nota que huelen a colonias frescas. Son indigentes dignos que esperan la caridad entre risas y bromas. Pobres muy puntuales que guardan cola desde las cuatro, que se peinan en las academias gratuitas de peluquería, que llevan bolsas de Berska para llenarlas con la ropa de las monjas como aquellas señoras requetefinas que iban a comprar al Requeté, pero llevaban bolsas de Rodier París para no perder glamour .

Los pobres de la ciudad feliz no parecen pobres, pero lo son. Pasa lo contrario que con los cacereños de clase media, que parecen ricos, pero no lo son. Cáceres, la ciudad de los menesterosos dignos, donde el primer amago de levantamiento revolucionario no fue protagonizado por la burguesía ni por el proletariado, sino por los pobres.

El 14 de abril es en España una fecha muy republicana porque ese día de 1931 cayó la monarquía. Pero en Cáceres el 14 de abril debería ser la fiesta de la revolución de los pobres. Justo ese día de 1891 fallecía en Cáceres don Juan María Varela y Abades, marqués de Monroy, viudo y sin descendencia.

El marqués dejaba estipulado en su testamento que todo su dinero y alhajas fueran repartidos entre los menesterosos de Cáceres, Brozas, Trujillo y Monroy. Se rumoreaba que tenía 80 millones de pesetas y la tardanza en ejecutar el testamento provocó una histórica revuelta de los pobres cacereños.

Asaltaron las panaderías, destrozaron la tienda asilo del Seminario de Obispo Galarza, revolucionaron la ciudad y sólo pararon en su lucha cuando se entregó a cada familia pobre lo que le correspondía de la herencia del marqués: 59 pesetas. El dinero era poco, pero la dignidad de los menesterosos quedaba salvaguardada.

Esa histórica honorabilidad de los pobres de la ciudad feliz se mantiene más de un siglo después. Sólo hay que acercarse los jueves al convento de las Trinitarias para certificarlo. Son incluso pobres clasistas. Se nota cuando media hora antes del reparto aparecen por el lugar dos muchachas nigerianas que también se visten con la ropa caritativa de las monjas.

Las indigentes cacereñas las miran con displicencia. Critican en voz alta que vengan en chándal, con sandalias y con restos de purpurina en la cara. Llegan después las familias marroquíes y los pobres cacereños hacen piña para que no se cuele nadie. Rondando las cinco, bajan la cuesta señoras colombianas y peruanas y chicas eslavas.

Las pobres cacereñas, algo nerviosas con tanta competencia, se avisan unas a otras de que hay que actuar con firmeza. "Tened cuidado con ésas, que se pelean por unas bragas", dice una. "¡Hay que ver, venir a por bragas cuando las venden a 20 duros!", desprecia otra con orgullo.

La dignidad de los pobres de la ciudad feliz empieza siendo corporativismo y acaba en puro racismo. "Cuidado con el moro que se cuela siempre".

A las cinco, una hermana abre la puerta y se entra en tropel. Las monjas parecen haber hecho un cursillo en El Corte Inglés. Todo está perfectamente dispuesto por secciones: primero, los bolsos y los zapatos; después, la ropa menuda; más allá, la de abrigo; vienen a continuación los complementos y la lencería y se acaba con juguetitos, regalos y detalles.

La señora gitana llena su bolsa de Berska con prendas elegantes. Sus colegas cacereñas desechan lo rancio y seleccionan lo coqueto. Las inmigrantes cogen lo que sea: ellas no quieren aparentar, sólo pretenden no pasar frío.