Los padres de Juan Rey eran carreros y vivían en la calle Encinilla, muy cerca de la plaza de toros. A los 12 años Juan entró a trabajar como botones en el hotel Alvarez, el de Antonio Alvarez, al que, por cierto, enseñó a montar en bicicleta. Juan se casó con Fidela de la Montaña, que es de Arroyo pero que vino a Cáceres con 8 años. Un día Juan decidió probar suerte con negocio propio y cogió La Giralda, un bar que estaba en Sánchez Garrido (entre Pintores y Gran Vía), que antes habían llevado Manolo y Cara Lápiz . De eso hace ya 50 años.

El señor Juan se puso de camarero, la señora Fidela, de cocinera. Y pegaron el petardazo. ¿Por qué? Bien: cada vez que el Cacereño jugaba fuera, Juan organizaba excursiones a Madrid para ir a ver los partidos frente al Boetticher, el Pegaso, el Plus Ultra..., todos equipos de Tercera. En una de esas excursiones el señor Juan entró en la Casa del Abuelo, un bar de Madrid que está en la calle de la Victoria (Metro Sol) y vió salir de la cocina hermosas bandejas de gambas a la plancha. Y pensó: "Esto en Cáceres, triunfa" .

Así fue. Entonces solo un bar servía gambas en la ciudad. Se llamaba El Norte, estaba en la calle San Felipe (a un paso de San Juan) y lo llevaba un señor que era muy serio. En El Norte daban calidad, la especialidad era el marisco, pero el rico manjar no estaba al alcance de cualquiera. Así que Juan se lanzó y puso un cartel a las puertas de La Giralda que rezaba: "2 cañas de cerveza+ración de gambas: 3 duros" . Y claro, fue una revolución. Desde aquel día, en Cáceres todo el mundo comía gambas.

Las gambas las traían de Madrid, llegaban los viernes en tren y se mantenían en cajas de hielo picado que se compraba en la fábrica de La Madrila (ahora es un geriátrico) donde, por cierto, se hacía el mejor refresco de limón de toda España (La Limosina ). El negocio lo llevaban Los Lucas.

En esos años recorrían la ciudad carros arrastrados por mulas que cargaban grandes barras de hielo envueltas en paja para que no se deshiciera. Los chiquillos corrían detrás de aquellos carromatos en busca de los trozos congelados que caían al suelo y se los llevaban a la boca como quien se lleva un tesoro.

La cerveza El Gavilán, que luego asumió El Aguila, tenía sus almacenes en la calle Diana (por Peña Redonda). La repartían Sebas, Manolo, Gori, Amarilla... se vendía en barriles de madera que había que pinchar con un espadín. El vino era el del país, en realidad era el chato. Se traía de Valdefuentes, de la bodega de Pedro Pérez Palomino.

En La Giralda eran muy famosos los domingos. Ese día, otro cartel colgaba en el bar: "Desde La Giralda al fútbol, café, copa y puro por 2 duros" , y te daban un Farias .

En La Giralda compraban La Hoja del Lunes , Cáceres y nuestro PERIODICO EXTREMADURA, que vendía Leoncia por Pintores y se imprimía en La Generala, donde estaba Acción Católica y donde instalaron un televisor que fue un exitazo. Poco después, el señor Juan también compraría un televisor para su bar. Delante de aquel Vanguard colocó una hilera de sillas para que la clientela pudiera ver los partidos y cada vez que se iba la antena, ¡¡Dios!!, un batallón de manos se liaba a mamporrazos con el Vanguard al grito de "¡¡Esto es de Montánchez, esto es de Montánchez!! , y así hasta que volvía la conexión.

El negocio fue creciendo. Un día el señor Juan se asoció con Juan Manuel García Agúndez, dejaron La Giralda y abrieron, justo al lado, un bar al que pusieron el nombre más cacereño del mundo: Adarve, hoy todo un referente. Juan y Fidela tuvieron dos hijos: Juan Carlos, aparejador, e Isidoro, que ahora lleva el establecimiento junto a María Luisa, su mujer (que trabajaba en Discos Harpo), y otros seis empleados, entre ellos el incombustible Pepe Rojo.

El Adarve merece, sin duda, un monumento. El bar le debe todo a sus clientes. El Tintorero era uno de ellos. Vivía en la plaza de Italia y era muy famoso por las historietas que contaba, mitad fantasía, mitad realidad, muchas de ellas relacionadas con la guerra de Marruecos. Dicen que, cansado de poner vasos de agua después del café, un día el señor Juan decidió colocar en la barra un botijo, cuyo pitorro abrió más de la cuenta. Una tarde, El Tintorero fue a echar un trago y salió tanta agua que, ¡¡atención!!, se tragó el puente de la dentadura. El cachondeo, claro, fue mayúsculo.

Por aquí pasaban también Manolo Boquerón, un pescadero del mercado cuando estaba en los Balbos, y el señor Amado, padre de los futbolistas Nandi y Salva. Amado jugaba a los chinos y jamás fallaba. Antes de cada partida soltaba este latiguillo: "Saquéis las que saquéis y a mamar siempre Amado" , y ganaba. Eran asiduos Kubala, que se sabía de pe a pa todas las alienaciones del Barça, Zaragoza, Manolo Pichón, y tantos otros.

Las Cancelas

Felipe Vázquez, hijo de Blas y de María, nació en Torreorgaz. A los 32 años, poco tiempo después de volver de Alemania, reabrió con su mujer, Nieves, Las Cancelas, un bar inaugurado en 1947, que llevaba seis años cerrado y cuyo último dueño había sido Sixto. El matrimonio, con cinco hijos: Blas, Francisco, José María, Nieves y Maribel, logró hacer de Las Cancelas (calle Ceres, plaza de Italia) otro referente, vamos que este bar también merece un monumento.

El primer cliente de Felipe y Nieves fue José García, que trabajaba en la salchichería de Antonio López que estaba en la calle San Pedro y que luego llevaría su hijo Jacinto. Allí se tiró 44 años. Antonio pidió un chato y un pincho, todo a 1 peseta. Nieves preparaba unas morcillas que quitaban el sentido. Hoy son famosos los callos, la oreja, las albóndigas... y, cómo no, las quinielas; el premio más alto que han dado: 500.000 euros.

Las Cancelas es una gran familia: Laso, Flores, Juan Villa, Pedro, Rogelio, Leandro, Pepe... Al bar van los del Real Madrid, mucho antimadridista y los demás son arrimados. Abren a las 6 de la mañana y cierran cuando se va el tapicero.

Y es que Cáceres siempre ha sido la ciudad de la tapa, o del pincho como aquí lo llamamos. Así que no es de extrañar el éxito de Extregusta, la feria de la tapa que se celebra hasta hoy en la plaza Mayor. Ha sido, lógicamente, el sarao de la semana, que inauguró la alcaldesa.

Carmen Heras llegó a Cáceres en 1971 a propósito de un viaje de estudios. El autobús la dejó en la plaza Mayor y enseguida pararon en el Iberia. Carmen había visto Cáceres por foto porque el primer regalo que le hizo su marido fue un juego desplegable de postales de la ciudad. Así que aquel autobús la trajo a un lugar que desde el primer momento sintió como propio.

Carmen es muy de pinchos, recuerda las anchoas y el vino dulce del Mercantil, en San Juan, que tuvo el primer televisor en color para los Mundiales del 74; el Toledo, que estaba en la plaza; El Patio, Jamec y El Molino Rojo, un bar que había en Virgen de la Montaña al que acudían poetas y viejos maestros de Las Anejas. Con este currículum ¿quién dijo que Carmen no es de Cáceres de Toda la Vida? Así que cuidado con el Peperío que a este paso la reina del Herismo se afilia al catovismo .

En Extregusta ha estado Domingo Nevado, que era del Pasarón y el Lido, con sus calamares a la plancha. María José Casado es de La Espiga Cervecera de Nuevo Cáceres y Marcelina Elviro va al Adarve. También se han dejado ver Antonio Marchena, Juan Carlos Morato, Javier Gutiérrez...

El peperío en pleno: Monago, Elena Nevado, Juan Parejo, Teresa Bravo, Lau... estuvo en el estand de Quesos Casto y Bodegas Romale. Paqui Bernal y Dolores Carrasco, que iban a La Rosa y La Chimenea, se hicieron fotos con la alcaldesa.

Joaquín Rumbo era de Casa Manso, el bar de Ramón Manso y la señora Mari, su mujer, que estaba en la plaza y ponía los mejores callos y morcillas de Cáceres. Rumbo se hizo fotos con Miguel López, que es del Versalles de Pinilla. Miguel, ánimo tras lo del escudo, que parece que ya nadie se acuerda de cuando Esperanza Aguirre soltó lo de Sara Mago (¿Saramago quiso decir?).

En Quesería Monte del Casar, José Luis Mateos, que se parece a Contador, ofrece el mejor queso del mundo, que por algo se ha llevado el World Cheese Awards Gold. Enhorabuena.

Llega la primavera. Cáceres, sutil, entra en el Adarve, la mano izquierda agarra su vestido corto, la derecha se apoya en la barra. Entonces, con voz sensual y melosa susurra: "¡Señor Juan, una de gambas!" .