TUtna semana antes de que empezáramos a caminar por esos campos con la escopeta al hombro, hicimos una escurribanda por los pagos de la comarca de Montánchez. El panorama agropecuario no puede ser más desolador, y no sabe uno cómo no hablar del asunto. La preocupación y el malestar no nos dan paz ni reposo, y por más que hace unos días, una esporádica tormenta nos dejó algunas aguas, lo que ha venido después ha sido tan desconsiderado y ofensivo que le entran ganas a uno de maldecir y blasfemar de mil maneras, en svahili y en arameo.

Entramos en ese huerto cercado de piedras de granito que tiene nuestro amigo Chano cerca de la Fuente de la Encinilla, a ver una piedra que asoma en el único montículo que tiene la llana y rasa propiedad. Es la pieza de contrapeso de un molino, según nos explicó nuestro amigo Jugimo, que de eso sabe un rato. Seguramente allí abajo siguen las demás piezas de la máquina antiquísima de moler.

Pero bueno, vamos a ver: ¿Cómo es que apenas se comenta en los diarios de papel y en los telediarios regionales, nacionales o mundiales que aquí no llueve ni para atrás hace un lustro y que la catástrofe medioambiental pude llegar a unas dimensiones descomunales?

Nada, ni una voz, ni un suspiro, ni un susurro. Fuimos, hace unos días, de lambudeo por donde el Regato de la Aldea deja su cauce seco en el Almonte (precisamente el día de la lluvia, en el que dicho arroyo iba desbocado), y el espectáculo de la arboleda seca nos puso los cabellos como alcayatas. ¡Madre santa del Carmelo! Encinas, carrascos, zarzales y arbustos mil, como si el fuego los hubiera achicharrado. Es el auténtico horror para los que sentimos el pálpito del monte. Para qué te cuento lo que sentirán ganaderos y agricultores. Bueno, ganaderos aún hay, pero ¿agricultores? Se me va la onda con la triste realidad del panorama.

Nos acercamos luego a Zarza de Montánchez y antes de entrar en el pueblito, por una calleja hacia la izquierda llegamos hasta el final de la misma y allí, tras una pared y un galpón de ganado, entre unas resecas encinas y una torre de hierro para los cables de la luz, el dolmen.

Aún aguanta alguna lancha de pie, e incluso puede adivinarse la entrada, que como es de rigor mira hacia levante; pero la incuria y el olvido han convertido el paraje en una merita lamentación. Tenía encima unos catafalcos, unas botas de goma y otros vulgarísimos pertrechos del paisano que visita aquello por mor de las pertinaces vacas. ¡Porca miseria! ¡Non piove, porco goberno!, como dicen nuestros primos italianos.

No digo que el gobierno tenga la culpa de la sequía, hasta ahí llegáramos, pero alguien tendrá que decir algo y hacer mucho ¿no?

En fin, nos pusimos a cazar, Dios mediante, con todo el cuidado del mundo, un ratito por la mañana y cuando la solajera nos tenía la cabeza a punto ya para el síncope y el golpe de calor, nos fuimos a reconfortar el ánimo recaído con el alivio de los tragos y las esperanzas de las fiambreras. En la calle del chufardo en que "decimos misa", en revulú con perros y discusiones, había treinta y cuatro grados, lo que leen, ¡¡34 grados!! Un calorazo de verano y estiaje. ¿Qué caza? ¿qué campo? ¿qué desgracia es esta? ¿no dice nada nadie? "¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde?". Quevedo tenía versos para todo.