Hasta hace muy poco tiempo, el concepto actual de vacaciones no existía, como tampoco el de ocio y menos aún el de viajar por placer. Las únicas que percibían estos conceptos eran ciertas clases minoritarias y adineradas que poco tenían que ver con el resto de los mortales.

Aunque Cáceres siempre tuvo difícil el acceso al agua, especialmente en el periodo estival, nunca faltaron lugares y maneras para refrescarse en los cálidos veranos de la villa.

Secularmente, cuando llegaba el calor a la villa cacereña, el personal podía refrescarse en los 'zonches' de las huertas de la ribera, o en la Fuente del Rey, la de agua más limpia por encontrarse en la cabecera del Marco. Los más andariegos tenían la posibilidad de transitar la distancia que separaba la villa del río Guadiloba, que conservaba diferentes charcos donde se podía nadar y de paso pescar alguna carpa. Los paisajes yermos de la penillanura siempre gozaron de rincones, donde pilones o charcos de toda ralea se convertían, por momentos, en lugares de calma y placer. Espacios para apaciguar los calores de los rigurosos veranos de la villa, envueltos en un paisaje hostil.

La verdadera revolución, en lo que a cambio de hábitos veraniegos se refiere, se produce a partir de los años 60 del pasado siglo. En poco tiempo se inauguran las piscinas de la Ciudad Deportiva Sindical y el pantano de Valdesalor. Lo de las piscinas de la Ciudad Deportiva fue el no va mas, como si la ciudad, en blanco y negro, hubiese dado un triple salto adelante en materia estival. Aunque las piscinas, por precepto moral de la época, se dividían, en cuanto a uso, en mujeres, hombres y cadetes, aquello era algo insólito en la devota villa, donde exteriorizar palmito en traje de baño era un hecho sorprendente, al menos para las clases populares.

OTRO hecho importante sería la creación del pantano de Valdesalor en 1963, para convertir en regadío una serie de parcelas de colonización en torno a las cuales nacería la entidad de Valdesalor. Este pantano se convierte en la playa del pueblo llano. Los domingos de la villa se trasladan, en masa, a sus orillas. Un gentío convertía, cada domingo, Valdesalor, en el primer litoral de secano de los cacereños.

Tiempos históricos que nos sitúan en el inicio del llamado desarrollismo, una etapa que abarrotó de 600, 4Ls, Simcas y demás utilitarios de la época, las carreteras locales. Surgió la figura del dominguero, con su coche, cargado hasta las trancas de parientes y bártulos, buscando remansos donde aplacar los cálidos veranos de la villa.

Ya no había que ir a Candelario, Hervás o Baños de Montemayor, como los pudientes locales. Desde entonces los veranos de la villa tendrían otro color, más local y más plural.