Con 59 años, Camilo --prefiere no dar su apellido-- va a cumplir pronto una década yendo de centro en centro. Bilbao, Málaga, Plasencia, Cáceres... En ninguno ha vuelto a sentirse como en casa, cuando asegura que "lo tuvo todo", con mujer e hijos, y ganando dinero como empresario del calzado. El alcohol y la cocaína echaron por tierra la vida de este alicantino que, sereno y educado, ha sido la única persona sin hogar acogida en Cáritas que se ha ofrecido voluntario a contar su historia a este diario gracias a la intermediación de la coordinadora del centro.

A medida que avanza la conversación, Camilo va ganando confianza y narrando su viaje sin fin. Es un tipo sensible que también fue pintor artístico hasta que se quedó en la calle. "No lo ves venir aunque te lo digan. Llega un momento en el que se acaba todo. Toqué fondo sin darme cuenta", recuerda. La situación en casa se hizo insostenible y, tras utilizar su estudio de pintura en Elche como hogar, decidió pedir ayuda a un sacerdote amigo para ingresar en una comunidad terapéutica donde poder recuperarse. Pero fracasó. "Cuando lo tienes todo perdido y te falta el apoyo familiar...", afirma. Solo mantiene contacto con un primo hermano y una hermana. De ésta matiza que "hasta cierto punto".

Desde entonces, su vida ha sido un ir y venir, sin necesidad de dormir al raso por la acogida en centros. En el de Cáceres cumplió el pasado viernes dos semanas y aún no sabe cuando tiempo se quedará. Cáritas ha logrado que trabajara de jardinero un par de días para poder cobrar el paro de una antigua empresa, aunque ha vuelto al albergue, donde pasa la mayor parte del día colaborando en las tareas domésticas y saliendo a la calle. "No, no, claro que nunca te acostumbras a esta vida", responde cuando se le pregunta por el periplo que inició tras irse de casa. También dice que "no le da vergüenza" verse en esta situación y que por eso no le importa ser entrevistado.

Del día a día en Cáritas, afirma que no tiene ninguna queja de la atención y afirma que de su paso por otros centros ha aprendido a callarse para poder convivir con otras personas sin hogar: "Si quisieses bronca, la tendrías todos los días", añade.

Un hueco en el mercado

En la frontera de los 60 años, Camilo asegura que ha perdido la esperanza en "poder volver a ser el de antes" y que su único deseo es volver a pintar. En Cáritas Santander lo intentó, aunque recuerda que su adicción al alcohol le hizo desistir. Ahora mantiene que "el alcohólico no se cura nunca" y dice que ha dejado de beber. "Solo olerlo me provoca rechazo", asegura.

En Cáceres le están ayudando a mandar currículos a empresas para trabajar en lo que les haga falta. Camilo reconoce que está cansado de ir de un lado para otro y desmitifica que los albergues sean un granero de amigos. "Hay gente que se pasa el día repitiendo lo mismo. Esas conversaciones no me van", afirma tras más de media hora de entrevista. Llega la despedida. Camilo apunta el nombre del profesor del taller de artes plásticas del Ateneo. Quiere llamarle para ir a clases. Puede ser su nueva esperanza para tener fe en la vida.