"Hay un imperio bienhechor en el que no se pone al sol. Es el imperio del español", dijo provocativamente el destacado ensayista mexicano Enrique Krauze en el tercer Congreso Internacional de la Lengua. No invocaba la fuerza de la espada y la cruz, sino la de la voz hablada por la primera minoría en EEUU, donde, a su criterio, el español es protagonista de un apasionante y a la vez incierto episodio "del que no sabe si saldrá conquistado o será conquistador".

Krauze prefirió observar el desafío de la globalización con ese no tan imaginario campo de batalla de trasfondo: el inglés se expande por el planeta a la velocidad de los intercambios financieros, del peso de su industria cultural, pero el español no tiene un vigor que deba subestimarse: 35 millones lo utilizan de una u otra forma en Norteamérica y Brasil, con sus 180 millones de habitantes, se prepara para adoptarlo como lengua de enseñanza obligatoria, lo que obligará a formar a 250.000 profesores, algo que no estará resuelto en el 2006, cuando se celebre el cuarto Congreso en Cartagena de Indias, y en pocos años el idioma ha pasado de los 300 a los 400 millones de hispanohablantes.

Como mexicano, Krauze no pudo sino "discutir" con Samuel Huntington, el profesor de Harvard que habla de la inmigración hispana en términos apocalípticos. Lo que Huntington (El choque de las civilizaciones ) desconoce, según Krauze, es la gran virtud del idioma español: su capacidad para convivir y mezclarse.

Por eso, dijo en el coloquio sobre El español internacional y la internacionalización del español, el mejor desenlace que ocurra en EEUU es la "mutua inseminación".