A Piotr Illich Chaikovski le ocurre lo mismo que a Georg Trakl: que su muerte es un misterio. De Trakl, hace veinte años, era casi un tabú decir que se había suicidado, pero nadie se traga que un farmacéutico tenga un accidente con una dosis de cocaína. La versión asumida es que Trakl se enamoró (y ella de él) de su hermana Grete, seis años menor. A ella le dio la donación que recibió de Wittgenstein. No hay testimonios de su incesto, si es que fue tal, porque sus cartas, las de ambos, desaparecieron misteriosamente cuando murieron: ella, un trienio más tarde, hace poco más de un siglo. Sospecho que no es algo que se cuente en voz alta. Él sufría ataques de pánico, delirios, depresiones constantes (si es que no era una sola, que se agudizaba) y, además, se emborrachaba constantemente y le dio a todas las sustancias prohibidas de la época. En medio, escribió Sebastián en sueños, lleno de imágenes tan opacas, tan destructoras y tan bellas que hicieron decir al mismo Wittgenstein: «No llego a entender la poesía de Trakl, pero su lenguaje me deslumbra».

Los dos, Trakl y Chaikovski, tuvieron familias desgraciadas. El poeta, un padre bondadoso y una madre fría, nos han contado. Yo diría «una madre fría y un padre ausente», porque la bondad y la frialdad extrema no casan nunca bien, fuera el siglo que fuere. El músico, una familia cuadriculada que quiso que fuera funcionario y que no le apoyó cuando decidió matricularse en el Conservatorio de San Petersburgo. Su hermano Modesto era homosexual, como él, pero Modesto lo llevaba muchísimo mejor. Por lo visto, o no, porque esta muerte sí que es un misterio, a Piotr le pillaron manteniendo relaciones con un jovencito que era pariente de un conde. Bebió agua contaminada por el cólera o tomó arsénico, no sabemos. Quiso acabar su Sexta Sinfonía, la Patética, antes de dejar este mundo: murió nueve días después de su estreno. Era tan innovadora y es tan terrible y emocionalmente bella que el público no la entendió.

Ahora es una de sus piezas más famosas. La interpretación más plausible es que la escribió como homenaje y como resumen de toda su vida. La palabra patética significa emoción y no ridículo. Se la dedicó a su sobrino Bob, Vladimir Davydov, también homosexual, como él, de quien decía que la condición primordial para su felicidad era verle, oírle y sentirle cerca. Eso sí: a pesar de esto, los estudiosos no se ponen de acuerdo en si tenían relaciones, digamos, más íntimas.

A Rajmáninov su familia sí le apoyaba, pero tampoco lo pasó bien. Tenían estrecheces económicas y, después de mudarse a un apartamento pequeñito, su hermana murió de difteria, la madre culpó a su padre y su padre se largó de casa. Le expulsaron del Conservatorio de San Petersburgo después de falsificar sus notas, porque no aprobaba una. Le admitieron en Moscú, eso sí. En la casa de Nikolai Zverev, su profesor, conoció a Chaikovski, que tan influyente sería para él en el futuro. Estrenó una Primera Sinfonía que fue un fracaso porque el director había tomado dos o tres copazos de vodka y no quiso componer más. Le curó el doctor Dahl, que le devolvió la confianza, se fue a Italia y comenzó a bosquejar el Concierto número 2 para piano y orquesta en do menor.

Jmáninov no era homosexual, pero se enamoró de su prima. La Iglesia Ortodoxa prohibía el matrimonio entre familiares, la familia se les puso en contra y, en el informe para pedir la dispensa eclesiástica, salió a la luz que el compositor ni era un buen feligrés y ni siquiera se confesaba con regularidad. Al final, el matrimonio se celebró en una capilla militar, porque los militares no tenían que dar cuentas a nadie. En medio de todo eso, compuso el concierto.

Juan Pérez Floristán es el pianista que lo va a interpretar con la Orquesta de Extremadura esta misma tarde en el Gran Teatro de Cáceres: «Quiero pensar que estamos haciendo una versión que no sea excesivamente melosa, para qué nos vamos a engañar. Porque el problema con esta música es que ya de por sí es apasionada y te lleva en volandas y es muy física y existe la tentación de cargar las tintas aún más. Creo que es totalmente innecesario». Flauta, orquesta, clarinetes, trompas, trombones, oboes, violas... Hay tanta emoción en esta obra que se la han apropiado desde Frank Sinatra hasta Muse. También la han podido escuchar en películas: en Breve encuentro, de David Lean o en Rapsodia de Charles Vidor. La han usado Clint Eastwood, Billy Wilder, Frank Bozarge, William Dieterle...

En todo el concierto hay tragedia, hay energía, hay viajes melódicos y hay una tristeza infinita con éxtasis no menos apoteósicos. Y todo eso hay que interpretarlo para este siglo. Pérez Floristán admitía que esta vez todo es nuevo: la orquesta, el director, el auditorio, el público, el piano. Y nuevo significa «posibilidad de caos». Es lo bueno de la música en directo: que al final se transforma en una experiencia única.

Orquesta de Extremadura, con Josep Vicent y Juan Pérez Floristán. Viernes, 12 de mayo. 20.30 horas Gran Teatro (Cáceres).