Cuando salga este artículo, posiblemente ya no queden entradas. Consiguieron un pequeño milagro con El Eunuco: colgar el cartel de todo vendido durante cinco días seguidos. Van por el mismo camino. Son Pep Antón Gómez y Pepón Nieto, que tienen un mismo modo de entender la comedia: es decir, con seriedad. No le han puesto nombre aún a la compañía, pero ya va siendo hora.

Es muy difícil hacer reír. Estamos más dispuestos al llanto que a la risa: manipular las emociones para que lloremos sale muy barato en una obra de ficción.

Yo, hay que confesarlo, porque esto va en gustos, soy de tragediones: dadme una Antígona, una Medea, una Fedra incluso, unas Troyanas, un Calígula, unos Persas, una Orestiada: cuando llega la hora de las comedias, a veces tiemblo: a menudo han sido un caca-culo-pedo-pis, porque a ver qué vas a hacer con una huelga de piernas cerradas o con alguien que se hace pasar por un castrado: ir a lo grueso.

Pues no: a veces no. A veces te construyen una comedia de enredo, con diálogos inteligentes, un pim-pam-pim-pam en el que no sabes si reírte o escuchar bien, en el que hay referencias cultas («le puedo recitar a Safo». «Safo no: odia a Safo») y en el que, además de los personajes plautinos reconocibles (de La comedia de la olla, del Miles Gloriosus, del Pseudolus) también hay una mujer de mediana edad, que suspira por un amor de juventud y que se quiere enamorar pero no quiere: «No pienso amarte. Nunca. Jamás. Sé que será duro para ti, que pensarás que una muerte dolorosa, larga y cruel sería preferible a mi indiferencia. Pero mi corazón es un témpano de hielo que el dulce calor de tu corazón va a ser incapaz de fundir. Soy un páramo yermo donde la semilla de tu amor no va a poder germinar». Tracatrá.

Pep Antón Gómez dice que escribe los papeles para Pepón Nieto, como el de Calidoro. Y que no espera a tener acabada la obra para elegir a los personajes, porque, si no, llega tarde: elige muy bien a sus actores. Hace teatro comercial y lo define así: teatro comercial. Que, en sí, a pesar de la palabra ‘comercial’, que da mucho miedo, no implica que la obra sea mala. Implica un modo de trabajo y, en este caso, es un modo de trabajo muy compacto, se lo aseguramos. Ha llegado a esperar cinco años para montar una obra porque no tenía el reparto. Viaja a medio mundo: quizá El Eunuco también lo haga. Uno ha de saber dónde se mueve: «Si me quiero mantener en teatro comercial de primer nivel, tengo que hacer esto». Eso dice Pep Antón Gómez, que es extremadamente inteligente y que aclara que una cosa es tener un nombre famoso (un nombre que, de por sí, llene la sala, aclaramos, aunque esa sala esté al aire libre y tenga 3.000 localidades) y otra bien distinta es que te convenza como actor: «eso ya es la hostia».

Repetirán el éxito histórico de El Eunuco, está visto.

Estreno en Cáparra

Podemos hablar de historia, sí. Teatro del Noctámbulo la está haciendo. Estrenó la sede de Medellín, abrió el teatro romano metelinense con Áyax y abrirá Cáparra con Edipo Rey. Las dos las pudimos ver en Mérida, dirigidas por ese ser riguroso, inteligente, divertido, encantador y genial que es el señor Denis Rafter. Con su Edipo, que nos dejó una de las imágenes más bellas que hemos visto jamás en la valva regia, José Vicente Moirón encarnó al mejor rey de Tebas que ha pisado la orchestra emeritense en los últimos diez años. Amo a una compañía que es capaz de montar con honestidad tremenda tragedias grecolatinas y obras contundentes, renovadoras y brutales como La decisión de John, El búfalo americano, El hombre almohada o Contra la democracia. Es un delicioso acto suicida montar obras que, a priori, no parecen tan comerciales (La decisión de John, en realidad, se llama Cock -es decir, polla- y la escribió Mike Bartlett), pero que es el tipo de teatro que también nos gusta ver a muchos (aunque ya no desdeñemos una comedia si sabemos que detrás hay un buen equipo, como nos pasó con Los Gemelos, de Verbo Producciones o como nos ocurre ahora con La comedia de las mentiras).

Edipo comienza con una peste, que solo se curará si se venga la muerte de Layo. Él ha matado a Layo, que es su padre, y se ha casado con su madre: se lo dice Creonte, el tío de Antígona, hija de Yocasta y de Edipo, que es su hermano: a estas alturas dudamos mucho de que Robert Towne hubiera podido escribir algo como Chinatown. La familia, en fin, es un lío tremendo del que uno no puede deshacer ningún nudo: aunque no te hables con alguno, su presencia sigue estando ahí como el recordatorio eterno de quién eres y de dónde vienes: aunque se las trate con humor, como en La comedia de las mentiras, o con todo el lenguaje trágico, como en Edipo Rey, todas muestran los arquetipos sociales que siguen imperando hoy: desde el avaro hasta el que quiere y no puede ocupar la vida pública y, por supuesto, todas las pasiones: desde el amor más fogoso hasta la ambición que acaba con los seres que quisimos o la pulsión que lleva a los gobernantes a la guerra. No hemos cambiado tanto ni vamos a hacerlo en los próximos 2500 años.