Durante este fin de semana, y los que nos quedan, estaremos asistiendo al espectáculo de las aficiones apoyando a sus equipos. Con más o menos número, en Extremadura hay que reconocer que queremos a nuestros clubs, aunque también hay aquí diferencias y graduaciones de pasiones, en función de años y de momentos.

Me referiré a la del Cacereño, que ayer sufrió un varapalo terrible en A Coruña. En la eliminatoria de campeones, los seguidores verdes se llevaron el disgusto de perder en el mítico escenario de Rizaor, a donde se desplazaron con una gran ilusión se calcula que cerca de 200 cacereños, entre los dos autobuses y los que viajaron en sus vehículos particulares.

Como ocurrió el sábado con la del Azuaga en Eibar, la desolación fue tremenda al final de los choques perdidos por los equipos de nuestra región. No importa. Ya habrá otros mágicos momentos para resarcirse. El deporte te da otras oportunidades siempre para recuperarte de las depresiones puntuales.

El fútbol une a la gente. El deporte de alta competición crea un efecto contagio complicado de explicar, al tiempo que extraordinario de celebrar. Siempre es bonito ver cómo tu equipo favorito se la juega fuera. Ese sentimiento de pertenencia a un escudo, a una religión, es admirable. Y en estas que me acuerdo de Jesús Corchado que se ha hecho 2.000 kilómetros desde Valencia hasta Galicia, anteponiendo cualquier otra cuestión. Y leyendo su cuenta de Twitter Jesús no se ha rendido. Jesús volverá a su casa y esta tarde, cuando conozca cuál será el próximo rival del CPC hará los cálculos para poder estar donde sea. Por qué no. Qué maravillosos, en el fondo, son estos disgustos, que te quitan la vida para después poder recuperarte. Y Jesús, y Jorge, y Álvaro tendrán una segunda oportunidad. Claro que sí.