Cuando Jorge Lorenzo pisó el Circuito de Montmeló, el pasado jueves, entró en su box con un sobre y saludó, uno a uno, a los siete componentes de su equipo. Mientras extendía su mano derecha para estrechar la de sus chicos, con la izquierda les regalaba una fotografía en las que todos ellos celebraban victoriosos, o casi, el tan trabajado segundo puesto de Mugello, aquel que el mallorquín logró después de que sus chicos reconstruyesen su moto en 20 minutos cuando, normalmente, tardan dos horas. La foto, como no, llevaba una dedicatoria, a modo de agradecimiento, del mallorquín: "A Xavier, integrante del Mugello´s miracle". La escena se cerró entre sonrisas con un: "Esperemos que yo sea capaz de hacer el milagro aquí, en Montmeló".

Y así transcurrió todo el fin de semana, persiguiendo la excelencia en todo lo que hacía. El viernes se fue a dormir viendo Sopa de ganso, la película de los hermanos Marx. El sábado le arrebató la pole a Valentino Rossi en el último segundo por 13 milésimas. Y luego se fue a dormir viendo, en el televisor de su motorhome , dos capítulos de Kung fu. El viernes dudaba; ayer estaba convencido de que podía ganar.

"Jorge lleva 23 grandes premios en MotoGP, ha ganado tres, suma siete poles, 11 podios y comparte el liderato del Mundial, empatado a 106 puntos con Rossi y Casey Stoner, dos campeonísimos de la categoría. ¿Puede alguien pedir más?", recordaba Ramon Forcada, el técnico del mallorquín, mientras repasaba la telemetría de su piloto. "Yo creía, sabía, que era bueno, pero me admira lo que está haciendo y cómo lo está haciendo".

Lorenzo llevaba tiempo deseando un pulso con Rossi. "Nos hemos estado estudiando y, la verdad, al iniciar la última vuelta dudaba si iba a atreverse a jugársela o no, no lo tenía muy claro", reconoció el bicampeón. "Cuando he visto por dónde se colaba, me he dado cuenta de mi error. ¡Tenía que haberle cerrado esa puerta!", exclamó el piloto español. "Pero me parecía increíble que pasase por ahí. Es el mejor y solo él es capaz de hacer eso. Está en la cima y, aunque ha alcanzado ya su techo, es un grandísimo piloto. Yo voy creciendo y, no se preocupen, que habrá más duelos como este y seguro que le gano más de uno. Y dos. Y tres. Lo siento, soy humano, no soy un robot y también puedo fallar". Y se quedó con las ganas de decir lo que dice siempre, que no está aquí para ganar a Rossi sino para ganarles a todos, para llevarse el título.

Rossi, cómo no, estaba eufórico porque sabía lo que estaba en juego. "¡Mamma mía!". Y, sí, el Doctor hacía bien en festejar su carrerón. "¿No querían un duelo? ¿No buscaban disfrutar de un cuerpo a cuerpo? Pues ya lo tienen y guárdenlo, guárdenlo, que es de los buenos", celebraba el ocho veces campeón de todas las categorías. "He tenido que correr al 120% y hacer un adelantamiento en el mejor estilo de Maradona cuando protagonizó aquel eslalon imposible, encontrando huecos inimaginables, para batir a Inglaterra en el Mundial de 1986".

El aún líder de Yamaha recordó su eficacia: "He confirmado que, en el cuerpo a cuerpo, soy una bestia negra. Aparezco en todos los grandes duelos de los últimos años", dijo Rossi, que dedicó su último triunfo, el 99, a su técnico, Jeremy Burgess, que partió hacia Australia tras el fallecimiento de su madre.

Mientras Stoner se recuperaba en la clínica y Dani Pedrosa abandonaba el circuito sin hacer declaraciones, Rossi y Lorenzo disfrutaban, a su manera, de la victoria.