Era domingo y había más público: colas en las taquillas, gradas laterales de los extremos más llenas, viejos amigos de otras temporadas reencontrándose y buena caja en los bares. Más gente, más publicidad, un nuevo Sanguino y un nuevo megáfono que trajo la peña 36+14 .

Lo de esta peña es admirable: no contentos con haber dedicado su juventud y, ahora, su madurez, al Cáceres, se dejan un par de kilos animando en cada partido (es la basketdiet ) y encima innovan: esta vez lanzaron una lluvia espesa de papelillos y estrenaron un altavoz, que les servía para animar al equipo, poner firmes a los árbitros y diagnosticar la actitud de la afición.

"Estamos fríos", apuntaba el megáfono de los 36+14 , y, efectivamente, iba medio partido y aquello parecía la misa de 12. A falta de emociones, la grada se fijaba en la nueva imagen del cacereño Sanguino, que en Ourense se ha dejado crecer y ondular el pelo, se ha tatuado unos mensajes del Lejano Oriente en la pierna y cumple como pívot suplente.

El Ourense encestaba, el Cáceres no defendía y el público callaba, como si no fuera con ellos. Los visitantes se entretenían en el banquillo y Manu Conde-Corbal (¡qué gran pintor su abuelo!), base suplente ourensano, pedía datos a Sanguino sobre la chica de prensa del Cáceres, que parecía tenerlo fuera de juego.

Pero apareció Pedro Rivero, puso orden en la pista, la conexión Johnson-Washington empezó a funcionar y se acabaron las chicas de prensa, la misa de 12 y la frialdad. En cinco minutos de preciosismo, el Cáceres se disparó. Aquello parecía la NBA, pero eran Washington y Johnson haciendo diabluras. El público acabó de pie, aclamando, y el del megáfono acabó exhausto, afónico y feliz.