El nuevo Gobierno británico se tiene por radical, pero la tradición que rodea la apertura del Parlamento, un ceremonial de 1852, es inalterable. En una carroza con adornos dorados, Isabel II, enjoyada y cubierta de un manto de armiño, se trasladó desde el palacio de Bucking-ham al de Westminster, junto al duque de Edimburgo. Los jinetes del Cuerpo de Caballería componían el séquito. Ya en el Parlamento, la soberana se colocó la corona imperial del Estado, traída desde la torre de Londres. Un kilo de peso y 3.000 piedras preciosas.

En los Comunes, justo antes del discurso, el laborista antimonárquico Denis Skinner gritó riendo: "Hoy no hay comisiones para la monarquía", refiriéndose quizás al escándalo de Sarah Ferguson. Pero la reina, sentada en el trono de la sala contigua, no pudo oírle.