Si no está sentado, acomódese porque podría marearse. Les vamos a hablar de Walmart, la cadena de supermercados y grandes almacenes fundada por los hermanos Sam y James Bud Walton en 1962 en un pueblo de Arkansas. Con 10.400 establecimientos en 27 países, es la mayor compañía del mundo por ingresos. Solo el año pasado generó 482.000 millones de dólares en ventas. Para ponerlos en perspectiva, un par de equivalencias. Si Walmart fuera un país, sería el vigésimo tercero más rico del mundo, por delante de Nigeria y detrás de Suecia. Si fuera un ejército, sería el segundo por delante de China y Rusia. En todo el mundo emplea a 2,2 millones de personas.

El éxito de Walmart está anclado en el control de costes, como explicó en su día el patriarca de la familia. «Controla tus gastos mejor que la competencia. Es ahí donde siempre puedes encontrar tu ventaja competitiva». Esa máxima no solo se ha aplicado con los proveedores, sino también con los trabajadores. Walmart ha sido durante décadas una de las patrias del salario mínimo, furibundamente hostil a los sindicatos. Hace dos años, en pleno debate sobre la desigualdad, decidió subir los salarios, pero la fanfarria inicial no tardó en desafinar. Al ajustarlos a la inflación, resultó que siguen estando por debajo del salario mínimo de 1968. Eso explicaría porqué el servicio en sus supermercados suele ser tan penoso.

Como repitió hasta la saciedad Bernie Sanders en la pasada campaña, Walmart está indirectamente subsidiado por el Estado, ya que muchos de sus trabajadores cobran tan poco que reciben cupones de comida del gobierno federal y se benefician de la sanidad pública para los pobres. Un escándalo. Nada de eso parece preocuparles a los Walton, los nuevos Rockefeller de esta nueva era de obscena desigualdad económica. Siete de los herederos de Sam y Bud controlan más de la mitad de las acciones de la compañía y tiene un patrimonio conjunto de 130.000 millones de dólares, según la revista Forbes.

Invierten en arte, propiedades inmobiliarias y coches de alta gama. A su fundación filantrópica han donado menos del 0,1% de su patrimonio y han usado los agujeros legales en el impuesto de sucesiones para legar sus fortunas a sus descendientes sin pagar casi impuestos. A diferencia de otros multimillonarios del planeta, se cuidan mucho de publicitar sus vidas.