La historia de la Sede Episcopal emeritense es apasionante. El estudio e investigación realizados por Aquilino Camacho Macías, y el desarrollo y ampliación de estos estudios de José Antonio Balleteros Díez están dando su fruto con estas publicaciones. Haremos el paréntesis del mes de agosto y continuaremos en septiembre con un nuevo arzobispo cuya historia puede conocer a través de nuestros periódico y de estos reportajes que cada domingo estamos realizando desde hace más tres años sin faltar una sola semana, exceptuando ese mes de agosto por imperativos personales, porque deseamos tomar un respiro en todos los medios de comunicación donde desarrollamos nuestra labor: prensa, radio y televisión.

LOS CONCILIOS Un testimonio de la vitalidad religiosa de la Provincia Eclesiástica Emeritense fueron los concilios, de los que existen confirmación sobre tres de ellos, aunque Moreno de Vargas supusiera, sin fundamento, que se celebraron varios más.

El primer concilio se reunió en el siglo V, y tenía como objetivo luchar contra el priscilianismo --doctrina del obispo Prisciliano, basada en un ascetismo y un profetismo excesivos, y mezcladas con tendencias agnósticas--, a la vez que se daban unas normas disciplinarias y se avanzaba en la definición de una doctrina ortodoxa. El priscilianismo era una cuestión que preocupaba mucho en la Iglesia española, pues a ella se había dedicado, en el año 4OO, el I Concilio de Toledo, durante cuyas sesiones se había tratado de resolver el problema político en que se había transformado la disputa en el seno de la Iglesia, pues, por un lado, se producían enfrentamientos de facciones eclesiales por el control de diversas sedes episcopales, y, de otro lado, se manifiesta la rivalidad entre obispos salidos de los medios urbanos y los nuevos doctores laicos, reclutados entre los cultos y ricos miembros de la aristocracia. Entre ellos estaban Pisciliano y sus seguidores, que contaban con una amplia influencia social y poder económico en el espacio territorial comprendido entre Mérida y Avila, donde radicaban los aristócratas vinculados al Emperador Teodosio, que apoyó también a los priscilianistas.

Como vemos, junto a problemas religiosos, aparecían las tensiones por el control del poder social, lo que daba al asunto un relieve problemático al desbordarse el ámbito estrictamente doctrinal, y que se vivía intensamente en el territorio de la Provincia Emeritense, porque en aquellos tiempos, Mérida era una ciudad apetecida por los visigodos para la sede de la Monarquía, pero sus pretensiones fueron desestimadas por los emeritenses que, literalmente, preferían seguir siendo solamente sede arzobispal, en base a que el sistema electivo de la monarquía visigoda propiciaba el uso de la violencia, mientras que el arzobispado era un remanso de paz.

OTRAS CITAS El segundo concilio se celebró en el año 666, y en sus reuniones se trató la cuestión de los límites de la Provincia Eclesiástica para hacerla coincidir con los de la antigua Lusitania. En ese mismo año se produjo el tercer Concilio Emeritense, en el cual intervinieron once de los doce obispos sufragáneos.

El estudio de Aquilino Camacho Macías nos proporciona la relación reconocida de los obispos titulares de la sede, desde el año 255 hasta 688, más la cita de Ariulfo, que la ocupó entre 839 y 862, siendo éste el último nombre auténtico del Episcopado Emeritense.

Como vemos, un largo trecho de la historia de la Iglesia española se vivió en nuestra ciudad y su amplio territorio.

Después de las vacaciones seguiremos esta historia, como los santos y mártires emeritenses, que es posible gracias al estudio del sacerdote de Don Alvaro, Aquilino Camacho. Dimos clase juntos en el colegio Salesiano en la década de los sesenta; y las investigaciones del escritor y profesor de la UNED José Antonio Balleteros. Gracias a él conseguimos datos y un buen trabajo para conocimiento de todos.