Mérida tenía a comienzos de siglo, y mucho antes, unos límites en la ciudad que se circunscribían al entorno de la plaza de la Constitución, hoy de España.

Los emeritenses paseaban, sobre todo, por la Rambla de Santa Eulalia, aunque la mayoría prefería la calle Santa Eulalia y dar vueltas a la plaza de la Constitución, donde los días festivos la Banda Municipal de Música amenizaba las noches de primavera y verano con algún concierto.

La calle El Puente, la plaza de Santa María y la de Santa Clara con la del Rastro eran los lugares donde los jóvenes y mayores paseaban y se conocían.

Era un rito: calle Santa Eulalia arriba, calle Santa Eulalia abajo. Miradas. Sonrisas. Guiños. Desprecios en determinados momentos...

Hoy Mérida, la Mérida de hogaño, dista mucho de la de antaño. En la plaza de España las madres llevan a sus hijos a jugar mientras toman una bebida refrescante o un café. Los niños a jugar con sus: bicicletas, patines, balones... Los niños disfrutan con sus amigos, los mayores ya no pueden pasear y por eso se han abierto unos espacios distintos que no se centran en un sólo lugar y con amplitud suficiente como para no cruzarte con nadie, si acaso una vez.

El paseo del Guadiana es un lujo que debemos aprovechar, desde el puente de Hierro hasta casi la desembocadura del río Matachel. El río Albarregas con su acueducto de los Milagros; el paseo perimetral del lago de Proserpina y si quieres vegetación, buscar espárragos, criadillas, berros, cardillos, setas, caracoles, tomillo, romero o hinojo, puedes encontrarlo en la Casa de Campo (Royanejos), que al ser finca municipal puedes entrar y salir sin vallas que lo impidan.

El paseo de antaño y de hogaño ha cambiado, hemos salido ganando. Ahora vamos de la Ceca a la Meca como quien baja desde la puerta de la Villa a la plaza de España.