Ahora que les enfants de la patrie son negros (seis de once en la final del Mundial) y que se ha elevado a la categoría de mito a los «black, blanc, beur» (negro, blanco, árabe) añadiendo una cuarta palabra a la divisa francesa ‘Liberté, Egalité, Fraternite y MBappé’, ahora me acuerdo de otro Antoine (Saint-Exupery) para quien el fútbol era metáfora de la vida.

Otro gabacho, Camus, confesaba que le debía al fútbol lo que sabía de comportamiento moral (era portero porque así desgastaba menos las botas) y, por terminar de citar, para el gran Juan Villoro, Dios es redondo. Qué será lo que tiene el fútbol para ser pasión inútil, lugar donde las alegrías y las penas pasan fugazmente pero mientras tanto dan vidilla. De un equipo rara vez se cambia en la vida, no existe transfuguismo ni deslealtad con tus colores, aunque también se parece a la vida en que se reciben recompensas y castigos que no siempre merecemos.

Fíjense como será que el pinche equipo de mi pueblo descendió (todavía hay risas al oeste) y ya estoy pensando en sacarme los abonos, olvidando a los pufos mercenarios (también con ‘t’) que nos hicieron bajar y a los «bienpagaos» futbolistas que deambulaban por el Romano viendo de lejos la pelota. Supongo que los vídeos de Croacia deberán ser asignatura obligada en la plantilla de este año, a ver si así se les pega algo de corazón, tesón, pasión, resistencia y ganas. Algo solamente.

Los croatas han sido algo inaudito entre su camiseta arlequinada y su presidenta (obviaré comentario porque alguna vez me lee mi hermana Gloria) que estaba para ponérsela (la camiseta). Han sido el triunfo de la inteligencia media, esa que hace grande a la sociedad (la de los talentos medios) en un Mundial donde el triunfador ha sido el balón parado (desde faltas a penaltis), el elogio del córner y «Oh, la lá, la grandeur negra».