PLAZA: Un cuarto de entrada.

TOROS: Uno de Juan Albarrán (1.º), para rejones; cuatro de María Olea (2.º, 3.º, 6.º y 7.º); y dos del Conde de la Corte (4.º y 5.º). Excelentemente presentados. Destacaron el 6.º y especialmente el 7.º, premiado con vuelta al ruedo.

TOREROS: Joao Pedro Cerejo, vuelta. Oscar Higares, oreja y vuelta tras aviso. Sergio Martínez, ovación y gran ovación después de tres avisos. Serafín Marín, vuelta tras aviso y dos orejas tras aviso.

Al final se arregló la tarde noche. Después de tres horas de festejo, mereció la pena esperar para vivir los momentos más intensos. Hubo muchas cosas positivas. La primera y principal la impecable presentación de la corrida del Conde de la Corte, con los dos hierros de la casa, que tuvo trapío, pitones y seriedad. Tanto fue así, que todos los toros fueron ovacionados de salida. Cumplieron en varas, se les pegó mucho y no siempre bien y llegaron a la muleta con poca duración, en general.

Tuvo que saltar el séptimo para salvar el honor de esta legendaria divisa, cuando ya el sexto también había mejorado el juego de los anteriores. Se premió con la vuelta al ruedo al que cerró corrida, un animal bravo, con embestida vibrante, al que Serafín Marín tuvo la generosidad de darle distancia para que se le pudiera ver arrancar de lejos en los inicios de cada serie. Fue esa sin duda la mejor faena, la de más emoción y por la que mereció la pena echar la tarde.

Con su primero, Marín había estado con firmeza, importante y seguro, pero lo pinchó. También resultó meritoria la actuación en conjunto de Oscar Higares. Muy valiente, con el que hizo primero de lidia a pie, se esforzó con el quinto, un toro al que le costaba repetir las embestidas y así no fue posible la continuidad.

El tercero bis tuvo poca fuerza y Sergio Martínez se mostró aseado y con dignidad. Con el sexto, Martínez sacó algunos muletazos largos y hondos, componiendo una faena entonada. Al final, el toro se puso difícil a la hora de dejarse matar y sonaron los tres avisos desde un palco sin sensibilidad, cuando el toro ya caía.

Abrió plaza el rejoneador portugués Joao Pedro Cerejo, voluntarioso y con ganas ante un astado de Juan Albarrán que tuvo querencia a terrenos de tablas, con el que tuvo una labor discreta, tras la que dio una vuelta.