Dramaturgo

Dada la insistencia de algunos lectores, voy a seguir contando cómo acabó la historia de la chica que buscaba un actor para que hiciera de novio y el padre que vino del quinto pino a verla. Se encontró al actor (no me pregunten el nombre porque juré guardarlo en secreto) y lo primero que dijo el padre al verle fue: "Hija mía, cómo declama tu novio, parece que está en la hostería del Laurel en lugar de Aldebarán". Era que el actor se tomó su papel con tanto método stanislawsky y tal que pedía el salero interiorizando el hecho de necesitar un salero para echarle sal a la ensalada. Lo peor de todo fue cuando ella, la hija única, le dijo en un aparte que debería comportarse no tan friamente, que un arrumaco, un beso fingido o una frase cariñosa pero sin pasarse delante de su padre (ni detrás, por supuesto) vendrían muy bien para dar credibilidad a la historia.

Y allí estaba el chaval acercándose a la chica como si tuviera pulgas, con un cuidado que más bien parecía precaución, y para qué hablar de los besos. Tal era el lánguido cortejo del novio-actor que el padre no pudo reprimir el comentario cuando el chico fue al servicio: "Hija... ¿estás segura de que a tu novio le gustan las mujeres?".

El actor, uno de los más experimentados de Extremadura, me contaba que fue una experiencia extraña: "Lo de besar a papá fue lo peor, olía a colonia Luki y a gatos. Prefiero volver a arrastrar el culo por el Anfiteatro de Mérida con Las Parcas detrás o estrenar una obra tuya (mía) vestido de tu abuela".

El actor, como podrán adivinar, no volverá a sustituir a ningún novio invisible (ni va a estrenar ninguna obra mía jamás) y el padre de la chica no las tiene todas consigo.