TCtonocí a Curro de Utrera realizando un reportaje para el programa en el que trabajaba: 'Flamenko' de Canal Sur, en el tradicional 'Potaje Gitano' de la localidad. Un evento de buen flamenco y mejores artistas en el que una vez superado el calor infernal, que aún recuerdo como auténtico trauma, se puede disfrutar de buen cante y de también, como periodista y aficionada, cierta facilidad de acceso a las primeras figuras invitadas al evento. Primeras figuras que no tienen porqué coincidir con serlo en la maestría del flamenco porque en este mundo, como en todos, también hay mucho marketing. Pero de eso, de las luces, de las frases hechas, de las poses, nunca supo Curro de Utrera 'el decano del cante' como titulaba el gran flamencólogo Manuel Martín Martín en la página de otro diario, con motivo de su fallecimiento. Francisco Díaz García (Curro de Utrera 1927-2015) esa noche en el caluroso municipio sevillano nos dio a todos una lección de flamenco. Por el cante que atesoraba y por su saber estar (que también es flamenco). Hablé con él largo y tendido, con él, y con sus hijos que le abrazaban sin tocarle con sus gestos y sus miradas. Junto a su mujer Clara Gómez escuché su saber, su cadencia y su buena memoria. Recordaba perfectamente a pesar de la edad el haber pasado por el tablao de la Peña Cultural Ciudad de Llerena, y rememoraba conversaciones enteras con mi padre, Marcelo Rodríguez, presidente de la asociación. Fue de las tardes de las que me he sentido más orgullosa gracias a esta inmensa afición: orgullosa de los dos. Destaco esa tarde y no las innumerables que ha dejado en la historia del flamenco porque tuve la oportunidad de coincidir en el mismo espacio con otros artistas, y comprobé la diferencia. A esos, no les abrazaba nadie con los gestos. Encerrados en los cuartillos buscaban el calor del público entre copas y alterne. Luego, sobre el escenario, se hacían grandes no por su cante, ni por su maestría sino porque detrás de ellos estaba la discográfica. Grandes empresas que a Curro de Utrera no le dio tiempo a descubrir en plenas facultades. La verdad, ni falta que le hacía.