Hoy, jueves dieciséis de agosto, debe de ser uno de los días más felices del año. Ayer fue fiesta nacional (si es que aún se puede utilizar este sintagma sin que nadie se ofenda) y casi todo el mundo se encuentra de vacaciones, en este mes, augusto y lento, en que uno nunca sabe muy bien si es lunes o domingo, y además no importa.

Es jueves, y seguro que la mañana se presenta perezosa y feliz, o un poco atontada por los excesos de ayer, que tocaba ofertorio o verbena o fiesta ibicenca o de la espuma. O tobogán de agua, castillo hinchable, comida con la peña o cañas con los amigos. La piel está morena, las arrugas se marcan y los estómagos han decidido ya por sí mismos que la operación bikini tendrá que esperar a septiembre, como casi todo.

Ya pueden ponerse las grandes superficies como quieran con esos anuncios horrorosos de la vuelta al cole desde julio. No nos hemos ido y ya quieren que volvamos a consumir, a hacer colas, a dejarnos este moreno de vainilla y chocolate bajo las luces enfermas de los hipermercados.

Pero no. No es día de comprar uniformes que piquen o zapatos rígidos y carteras. Sigue siendo verano, dejaos de anticipos y aún podemos andar descalzos sobre las losas calientes y echarnos cualquier cosa por encima. Bajar a la piscina a olvidarse del mundo bajo el agua, o adormecerse debajo de una sombrilla o sentir mil agujas de hielo en los ríos.

EL AIRE HUELE a chiringuito, a multitud, aunque luego, por la noche, se serena con el olor a jazmín. El tiempo no se ha detenido, ya quisiéramos, pero lo parece. Se estira tanto que da para todo, para conversaciones hasta altas horas, en los patios o en las sillas fuera, como antes. Para jugar con los niños, para leer esos libros lentos para los que no encontramos ocasión en todo el año. Para paseos al amanecer, y comidas nuevas, y sobremesas y siestas de sandía, de las que se sale con un sopor pesado, con olor a fruta.

También están los compromisos, las familias políticas, los adolescentes que martillean con su música, los berridos de los niños, el calor, la conciencia de estar sin hacer nada, a veces los remordimientos…, pero qué importa. Parece que hay horas para todo, para la indolencia y la actividad frenética, para el amor y el desamor, para el deporte y los helados y los dulces de pueblo, para no preocuparse de nada porque hoy es jueves dieciséis de agosto, faltan aún quince días para la vuelta y lo que nos aguarda puede ser mejor o peor, pero desde luego no puede compararse.

* Profesora