La lágrima de Aznar ante la Junta Directiva Nacional del PP fue sincera, y no una farsa, como han llegado a decir quienes "le niegan el pan y la sal como ser humano". Lo aseguraba ayer en El Mundo Pedro J. Ramírez: "Las muchas horas de mili dedicadas a la cercana observación entomológica de tan singular especimen me dan alguna autoridad para rebatir ese veredicto de culpabilidad por impostura y considerar sincera en cambio la versión de lo ocurrido que él ha transmitido (...): llevaba ya varios días conteniendo sus emociones y al mencionar a dos personas a las que, aunque nunca se lo haya dicho a la cara, él quiere como amigos, súbitamente se agolparon en su cabeza imágenes y recuerdos (...) y no fue capaz de impedir la expresión facial de lo que sentía".

Además del análisis psicológico del "estilo Aznar" --"esa antipática mezcla de sentido de la autoridad, regocijo por el férreo control de los propios actos y desconfianza crónica hacia los demás"--, Ramírez resume su talante político: "Aferrado a una concepción cartesiana del orden como factor de estabilidad (...) apuesta por la sociedad abierta pero se siente obligado a vigilarla como si fuera un patio de colegio".

En Abc, la ministra de Educación y Cultura, Pilar del Castillo, analiza también la concepción del "liderazgo" según Aznar: situado "en el centro de un entramado muy complejo de influencias, de demandas y presiones continuas", "el líder" debe "preocuparse de lo esencial y desdeñar lo anecdótico". En palabras del propio Aznar, "aguantar el tirón".