Desconozco la forma de cuantificar la tolerancia social a los insultos o actitudes sectarias y totalitarias en nombre de la democracia, la libertad y demás parapetos de sucio juego moral.

Lo que sí conozco es el hartazgo generalizado de la gente de bien, de la gente razonable y que razona, de la gente que a la izquierda y a la derecha es capaz de evitar intoxicarse por los excesos de los extremos.

Hartazgo de la gente ante los que hablan en nombre de la libertad pero que miran con ojos de rencor la Semana Santa, la misa en la televisión pública o la cabalgata de los Reyes Magos.

Hartazgo de la gente ante los que se atribuyen la exclusiva de la defensa de colectivos, como por ejemplo el LGBTI, y al mismo tiempo, y sin pudor, apoyan regímenes que ahogan en grúas a todo aquel que no sea heterosexual.

Hartazgo de la gente ante los que cuestionan la independencia del poder judicial, pero que apoyan el régimen de Maduro en Venezuela con multitud de presos políticos a su espalda.

Hartazgo ante los que conceden carnés de víctimas en función de qué y de quién. Que reciben en el Congreso de los Diputados a los familiares de los que agredieron brutalmente a los guardias civiles de Alsasua, a aquellos que la gente normal de este país ve como auténticos héroes y a los que les debemos tanto. Porque es el mismo terrorismo el de ETA o su entorno, que el yihadista o cualquier otro, y utilizan los mismos instrumentos para imponer desde los satélites su filosofía de vida: el fin justifica los medios ante cualquier situación.

Yo también estoy harta de todo esto y de la gente que pide amparo en la libertad de expresión para decir cuántas barbaridades tienen cabida en un minuto en el Parlamento, pero que coartan la de quienes no comparten con ellos su única doctrina.

Ir contra las modas es una odisea, y más si es de izquierdas. Estoy convencida que llegará el día en que el dedo no apuntará a quienes nunca debió señalar, sino que marcará el camino directo: GO HOME. #AllTogether #WeAreNotAfraid.