Dentro de poco, una bandera de España de 24 metros cuadrados ondeará en el punto más céntrico de Cáceres, en el cruce entre la avenida de España y la de la Virgen de la Montaña.

Como decía El Roto en una de sus memorables viñetas, una bandera bien grande lo tapa todo, y en otra lamentaba que cada vez las banderas sean más grandes y las personas más pequeñas.

Parece que muchos han decidido ganar en patrioterismo a los nacionalistas catalanes, con la diferencia que, para colmo, niegan ser nacionalistas españoles. Habrá algunos a los que entusiasme ese tamaño, pero a mí, la verdad, no me gustaba toparme con una estelada gigante, por ejemplo, al salir de la estación de tren en Sant Cugat del Vallès o ver la gigantesca ikurriña que presidía la academia de la Ertzaintza en Álava, visible a muchos kilómetros.

Por lo mismo no me agradará estar a la sombra de esa tela gigante, que nos costará 6.000 euros y que como dice El Roto nos ocultará muchas cosas, como los chanchullos del ayuntamiento y su manera de gobernar para unos pocos, la creciente desigualdad y el perpetuo paro juvenil en nuestra ciudad, amén de la ya crónica falta de inversiones y, en definitiva, el estancamiento que tanto criticaban cuando estaban en la oposición, y que ha ido a peor.

Con ese banderón, iniciativa de Ciudadanos, el partido naranja también tapa sus vergüenzas de no ser otra cosa que una muleta que hace posible el gobierno del PP en Cáceres y Badajoz.

Aquella frase de Rodríguez Zapatero tan polémica sobre el «patriotismo de hojalata» de la derecha, fue de las más sagaces que dijo. «Obras son amores», dice el refrán, y ponerse una pulsera rojigualda o colgar una bandera comprada en un bazar chino poco contribuye a mejorar nuestro país.

Ya se sabe que Antonio Cánovas del Castillo, el prócer del conservadurismo español, cuando había que redactar la constitución de 1876 y definir quiénes eran españoles, dijo que lo eran «los que no pueden ser otra cosa», y Cristóbal Montoro, cuando la canaria Ana Oramas le pedía en 2010 que apoyara las medidas del gobierno socialista ante la situación gravísima en la que estábamos, le dijo: «que caiga España que ya la levantaremos nosotros». Los poemas más emocionantes sobre España no los escribieron falangistas triunfantes, sino exiliados republicanos, como Luis Cernuda, José Herrera Petere o Ana María Sagi.

Las apariencias engañan y, como dijera Antonio Machado, a España, «en los trances más duros, los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la mienta siquiera».

Me gustaba más cuando las rojigualdas se sacaban para animar a la Roja en la Eurocopa o el Mundial, y no para enfrentarse a otras banderas.