Consciente de la ansiedad por la que atraviesan los mercados, así como de los riesgos inherentes al vacío de poder durante los casi dos meses que todavía faltan para su juramento del cargo, el presidente electo de los Estados Unidos, Barack Obama, desveló ayer, antes de lo que era previsible, los nombres de su equipo económico y algunos de sus proyectos para combatir la depresión que galopa en su país y en el resto del mundo desarrollado.

Entre los nombramientos no ha habido ninguna sorpresa, sino la confirmación del secretario del Tesoro, Timothy Geithner, preferido al polémico Lawrence Summers, que también había sonado para el cargo. Esta decisión se tradujo casi inmediatamente en un efecto balsámico en los mercados. La mayoría de los nombrados tienen una característica común: son protegidos de Robert Rubin, el que fuera secretario del Tesoro con Bill Clinton y uno de los más llamativos líderes de Wall Street como ejecutivo de Goldman Sachs y director de Citigroup, precisamente el mastodonte bancario que en estos momentos se encuentra al borde de la quiebra y que ha suscitado un plan de rescate del Gobierno federal. Todos los nombrados son tan competentes como epígonos de Rubin y de su fórmula, denominada Rubinomics, que se caracterizas por la presentación de unos presupuestos equilibrados; la reducción drástica de los déficits; la liberalización del comercio y la desregulación de los mercados financieros. Con esta fórmula impulsaron el más prolongado periodo de expansión de los Estados Unidos, aunque en honor a la verdad es preciso señalar que los derivados bursátiles, que fueron tan elogiados entonces, aparecen ahora en la picota del desastre. Geithner y sus colaboradores deberán olvidar sus apolilladas ortodoxias y rendirse a la audacia del cambio con una estrategia que primará el gasto público, sin importar el déficit, según se desprende del plan de estímulo multimillonario anunciado por Obama, el más cuantioso desde el New Deal de Roosevelt. También tendrán que promover una más estricta regulación de los mercados y rescatar, como ya se ha dicho, a los náufragos como Citigroup.

La estrategia centrista que caracterizo el mandato de Clinton va a ser corregida por un programa casi keynesiano, de tercera vía, en un intento de combatir la crisis por medio de la expansión de la demanda, pero está en el aire la cuestión controvertida de los impuestos cuando el aumento del gasto gubernamental choca abiertamente con el astronómico déficit presupuestario, los gastos militares en aumento y la promesa de Obama de aligerar la carga tributaria de la clase media. Los republicanos quemarán sus últimos cartuchos en la batalla fiscal. Queda la incógnita exterior: la salida mundial de la crisis dependerá mucho de lo que ocurra con la economía norteamericana, pero esta a su vez es tributaria de la marcha de los negocios en los mercados de Asia y Europa, por lo que el campo de desarrollo de la jugada del presidente electo se verá en los tableros de los países emergentes asiáticos y en la Unión Europea.