E l que el Barça fuera «más que un club» era explicable durante el franquismo. Ahora, con la mala fe de muchos independentistas, Guardiola quiere justificarla con sarta de mentiras y medias verdades contra un Gobierno español antidemocrático. Esto es una pura proyección freudiana de lo que es su Gobierno catalán, donde se nos persigue y amenaza a cuantos no oponemos al separatismo, siendo ambas opciones libres en el resto de España.

Su nacionalismo no es sino la tapadera del cubo de basura en que los suyos han convertido al Barça, donde sus principales jugadores --por cierto, extranjeros-- están manchados hasta las cejas de corrupción, que los dirigentes del club intentan tapar --como Pujol en lo político-- con su feroz nacionalismo. Poca autoridad moral tiene, pues, para hablar, un Guardiola que 47 veces no hizo asco a vestir la camiseta para defender España y que, por otra parte, mercenario extranjero, tampoco tuvo escrúpulos, por ganar aún más millones, servir durante dos años a un régimen tan despótico como Catar. Tampoco destaca por su sabiduría ese gran especializado en jugar a dar patadas o cabezazos, algunos de los cuales, como se ha visto en otros futbolistas, dañan irreparablemente sus sesos.