TSte están perdiendo las esencias bohemias y Badajoz está huérfano de personajes diletantes, de sicofantes lúcidos, y de artistas incomprendidos. La muerte del Toto Estirado o la de Ricardo Puente fueron las penúltimas galas difuntas de aquellos que hacían reloj con las varillas de los combinados, con las colillas de los habanos y los pinceles unicolores. Se están acabando las tertulias y bajo el calor sólo huele a grasa ácida, a ansiedad narcótica y a roña de necesitados. Se están acabando las tertulias en las que se anunciaban bombas atómicas en los envases de huevos y lluvias de pájaros de mármol. No se pueden hacer una idea del acaloramiento que producía una sentencia sobre un verso de Pacheco lanzada contra las sardinas de una tarde de Embarcadero. Si el prosema para nombrar a la bomba H se deslizaba a babor, alguien tenía la obligación de crisparse y se crispaba hacia estribor. Y todos entendían su jerga, su única jerga, la del vino tamborilero que entraba y salía de sus gargantas como le daba la gana. Después, a la noche, no había nada como irse a una exposición de Vaquero (otro penúltimo) e intentar sentarse en sus sillas imposibles, o escuchar un ensayo de Almas humildes , con Lencero dirigiendo desde su cama con dosel y ratones, y sus tripas llenas de sospechas y vacías de nutrientes. Había días con madrugadas líquidas en las que Josechu nadaba avenidas o volaba subterráneos, y días sin madrugadas densos como el plomo, propicios para amar sin ser amados y morir sin ser muertos.

Pero está llegando la nada y el paisaje se vacía de dandismo. Mucho me temo que cuando aparezca nuevamente el Toto , alguien le dé una moneda de un euro que no entenderá.

*Dramaturgo y director del

Consorcio López de Ayala