Desde que Teresa May ha activado su divorcio con la UE, mucho se habla del Brexit. Oponen unos el carácter español al británico y que nosotros somos más afectuosos y vivimos más la vida y ellos, no es que trabajen mejor, pero valoran más el mérito. Topicazo o no, lo dejo al arbitrio del sabio lector. Otras crónicas se remontan a la época en que ambas naciones eran imperios y que si una, la nuestra, dejó de serla hace mucho tiempo, la otra, la suya, ya no lo es hace bastante, aunque aún no se ha dado cuenta. También prima el tema Gibraltar, cómo España se ha apuntado un tanto, el peregrino apoyo de los independentistas catalanes a la colonia, cómo se va a liar parda con el referéndum escocés que sin duda viene y los problemas en la frontera irlandesa. Clama Guindos que todavía no somos conscientes de la gravedad, y en las encuestas televisivas que tanto molan, los anónimos entrevistados cantan sus variopintas opiniones: unos que será malo para todos, otros que peor para los británicos y alguno sigue con que Britania vuela sobre las olas.

La realidad cercana, la que nos afecta, es que, pese a Guindos, con o sin Brexit, no hay avance alguno hacia una red ferroviaria digna en Extremadura, atónita pero resignada ante un nuevo anuncio de corredor mediterráneo y trenes de cercanías de la pera para Cataluña, mientras aquí todavía una hora de tren separa Mérida de Cáceres y el futuro no se presenta nada prometedor.

La realidad cercana en nuestra ciudad es que, con o sin Brexit, el alumbrado urbano después de la última reforma ha quedado en modo tan sutil que la ciudad está sumida en la oscuridad cuando anochece y eso que en primavera cada día lo hace más tarde, y que en algunas calles y plazas las luces miran al cielo y no al suelo, vaya usted a saber por qué.

Y mi realidad cercana, permítame el amable lector, es que seguiré empeñada en sacarme el C1 que se me resiste, viendo grandes series históricas como The Crown y Victoria, y leyendo a Shakespeare al que amo tanto como a Cervantes. Con Brexit o sin Brexit.